En quien nos inspiramos

 

Comenzar por «uno mismo»

Cristianía bebe de los mapas de madurez humana y espiritual elaborados por el monacato occidental, en especial, el monacato cisterciense, cuyo principal maestro fue San Bernardo de Claraval.

San Bernardo de Claraval sintetizó con este principio: «ser concha y no canal«, la idea de que debemos trabajar primero en construirnos como personas nosotr@s mism@s, sin excluir la ayuda del Misterio, antes de «salvar a los demás»…

En Cristianía, por tanto, se propone trabajar, en primer lugar, en el propio proceso de crecimiento psicológico personal, para luego irse abriendo al crecimento espiritual y al servicio ético a los demás. Si bien, las tres dimensiones deben tenerse siempre en cuenta.

El camino comienza abriéndonos a nuestra verdad a través del autoconocimiento humilde que nos ayude a ver nuestros dones y potencialidades, así como nuestras heridas y límites.

Supone pues un trabajo psicológico y ético y no solo espiritual o contemplativo.

«Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra…Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo.».

Sermon 18 del Cantar de los Cantares, San Bernardo de Claraval

Unos objetivos: La libertad y el Amor.

En el lenguaje tradicional del monacato occidental los objetivos del camino espiritual consisten en «recuperar nuestra verdadera naturaleza»: la imagen (libertad) y la semejanza  (Amor)«.

El ser humano está fragmentado, desordenado internamente, separado de los demás, del Cosmos y del Misterio, con su libertad y amor limitados (vivimos en el «país de la desemejanza«, de la fragmentación, dice el viejo monacato).

El camino espiritual intenta favorecer, por diversos medios, que el ser humano recupere su «centro», armonizando las diversas dimensiones que le constituyen para que recupere así su libertad. 

Y «recuperado» nuestro centro, ser canales de unificación y armonía en la vida cotidiana, en conexión con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y con el Misterio, para así alcanza la plenitud de nuestro Amor.

Recuperar la libertad y alcanzar el amor, supone pues recuperar nuestra imagen y semejanza y vivir en nuestra verdadera naturaleza.

«Dimensiones a unificar según el monacato medieval cisterciense: El cuerpo (corpus), las emociones (anima), la razón (animus) y el ser (spiritus)».

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Thomas Merton: La integración final

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«El hombre que ha logrado la integración final ya no se halla limitado por la cultura en la que ha crecido. Ha abrazado la totalidad de la vida… Ha experimentado las cualidades de todo tipo de vida: la existencia humana ordinaria, la vida intelectual, la creación artística, el  amor humano, la vida religiosa. Trasciende todas esas formas limitadas, al tiempo que retiene todo lo mejor y universal que hay en ellas, «dando a luz finalmente un ser totalmente integral». No sólo acepta a su propia comunidad, a su propia sociedad, a sus amigos y a su cultura, sino a toda la humanidad. No permanece atado a una serie limitada de valores, al punto de oponerlos a otros adoptando posturas agresivas o defensivas. Es totalmente «católico» en la mejor acepción de la palabra. Posee una visión y una experiencia unificadas de la única verdad que resplandece en todas sus diferentes manifestaciones,  unas más claras que otras, unas más definidas y certeras que otras. No establece oposición entre todas estas visiones parciales, sino que las unifica en una dialéctica o en una visión interior de complementariedad. Con esta visión de la vida, puede aportar perspectiva, libertad y espontaneidad a la vida de los demás».

Acción y contemplación, Thomas Merton.