El camino

Nuestros Medios para recorrer el camino

Cristianía como escuela y comunidad de buscadores de la madurez humana y espiritual, continuadora de la tradición monástica y humanista occidental, en diálogo y aprendizaje con otras culturas y tradiciones, ofrece diferentes medios para avanzar en este camino de modo que se trabajen las diversas dimensiones que nos constituyen y se recorran las etapas del camino espiritual (el discernimiento o autorregulación, la contemplación y el servicio):

  • Talleres teórico-prácticos para favorecer la madurez personal e interpersonal, que ayuden en ese proceso de recuperar nuestro centro y alcanzar el discernimiento (talleres de reconexión con nuestro cuerpo y nuestra respiración, de gestión de emociones y pensamientos, de reconexión con los valores profundos de nuestro ser, talleres de escucha y comunicación…).
  • Talleres y charlas de formación humanista y  Talleres de formación espiritual, para favorecer nuestro crecimiento humano y espiritual, dando a conocer diversas corrientes espirituales y humanistas  y a diversos maestros y maestras del camino espiritual.
  • Retiros y Talleres de Meditación para favorecer la experiencia de la contemplación, algo esencial en este camino espiritual.
  • Talleres para el compromiso ético y social que nos ayuden a vivir el servicio desinteresado hacia los demás.
  • Encuentros interespirituales con grupos o personas de diversas corrientes espirituales y diversas culturas, para ir favoreciendo la experiencia de hermandad universal o integración final.
  • Proyecto de Voluntariado: Cristianía colabora en el proyecto del Centro de Escucha de Vallecas a través de voluntari@s que ofrecen su tiempo para la escucha y acompañaniento de personas que lo necesitan, viviendo así el servicio a los demás de modo desinteresado .
  • Acompañamiento espiritual del camino, a través de sesiones de escucha personales para ayudar en los procesos personales de crecimiento y en los momentos de crisis, que se puedan vivir.

Comenzar por «uno mismo»

Cristianía bebe de los mapas de madurez humana y espiritual elaborados por el monacato occidental, en especial, el monacato cisterciense, cuyo principal maestro fue San Bernardo de Claraval.

San Bernardo de Claraval sintetizó con este principio: «ser concha y no canal«, la idea de que debemos trabajar primero en construirnos como personas nosotr@s mism@s, sin excluir la ayuda del Misterio, antes de «salvar a los demás»…

En Cristianía, por tanto, se propone trabajar, en primer lugar, en el propio proceso de crecimiento psicológico personal, para luego irse abriendo al crecimento espiritual y al servicio ético a los demás. Si bien, las tres dimensiones deben tenerse siempre en cuenta.

El camino comienza abriéndonos a nuestra verdad a través del autoconocimiento humilde que nos ayude a ver nuestros dones y potencialidades, así como nuestras heridas y límites.

Supone pues un trabajo psicológico y ético y no solo espiritual o contemplativo.

 

 

 

 

«Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra…Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo.».

Sermon 18 del Cantar de los Cantares, San Bernardo de Claraval

Unos objetivos: La libertad y el Amor.

En el lenguaje tradicional del monacato occidental los objetivos del camino espiritual consisten en «recuperar nuestra verdadera naturaleza»: la imagen (libertad) y la semejanza  (Amor)«.

El ser humano está fragmentado, desordenado internamente, separado de los demás, del Cosmos y del Misterio, con su libertad y amor limitados (vivimos en el «país de la desemejanza«, de la fragmentación, dice el viejo monacato).

El camino espiritual intenta favorecer, por diversos medios, que el ser humano recupere su «centro», armonizando las diversas dimensiones que le constituyen para que recupere así su libertad. 

Y «recuperado» nuestro centro, ser canales de unificación y armonía en la vida cotidiana, en conexión con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y con el Misterio, para así alcanza la plenitud de nuestro Amor.

Recuperar la libertad y alcanzar el amor, supone pues recuperar nuestra imagen y semejanza y vivir en nuestra verdadera naturaleza.

«Dimensiones a unificar según el monacato medieval cisterciense: El cuerpo (corpus), las emociones (anima), la razón (animus) y el ser (spiritus)».

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Tres etapas del camino:

El discernimiento, la contemplación y el servicio.

El discernimiento experiencial:

En la primera etapa del camino se nos invita a alcancar nuestro centro y vivir desde él; a esta capacidad se la denomina «discernimiento»:  llegar a autorregularse interna y externamente, siendo fieles a nuestra conciencia y a la realidad.

Este discernimiento es una capacidad intuitiva y una inteligencia afectiva que escucha y está en conexión con el cuerpo, las necesidades reales, las emociones, la indagación mental sana, los valores y el ser profundo, además de estar abierto a los demás y a la realidad en toda su profundidad.

Alcanzar el discernimiento es análogo a alcanzar la «apatheia» o serenidad y libertad, que constituía la primera experiencia importante del camino espiritual según Evagrio Póntico, padre del monacato cristiano.

La contemplación:

Podría describirse como la experiencia de estar en conexión con nosotros mismos y ser comunión con los demás, con la naturaleza y con el Misterio.

Es una experiencia que va «más allá de la mente», un «excessus mentis» (salida de la mente) decían los antiguos monjes.

Muy a menudo va unida a experiencias «diferenciadas de conciencia», pero no se identifica con ellas necesariamente.

Para el monacato antiguo es, ante todo, una experiencia de plenitud de Amor; San Bernardo de Claraval, decía que en ella se daba un «consensus» o consentimiento  pleno del yo a Dios, una unión entre ambas voluntades sin fusión y sin separación. En términos laicos podríamos decir que el yo acepta la realidad en toda su profundidad y se armoniza con ella plenamente.

La atención amable o amorosa es el primera experiencia del amor y, por ello,  constituye la base de toda práctica de contemplación o meditación.

El Servicio: La Hermandad Universal

El final del camino no es la contemplación, sino la praxis del amor universal o praxis compasiva: el compromiso por humanizar y cuidar toda la vida, aliviando su sufrimiento, vivido en la vida cotidiana y que nace de una conciencia experiencial de la hermandad universal (filiación en término cristianos).

Thomas Merton: La integración final

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«El hombre que ha logrado la integración final ya no se halla limitado por la cultura en la que ha crecido. Ha abrazado la totalidad de la vida… Ha experimentado las cualidades de todo tipo de vida: la existencia humana ordinaria, la vida intelectual, la creación artística, el  amor humano, la vida religiosa. Trasciende todas esas formas limitadas, al tiempo que retiene todo lo mejor y universal que hay en ellas, «dando a luz finalmente un ser totalmente integral». No sólo acepta a su propia comunidad, a su propia sociedad, a sus amigos y a su cultura, sino a toda la humanidad. No permanece atado a una serie limitada de valores, al punto de oponerlos a otros adoptando posturas agresivas o defensivas. Es totalmente «católico» en la mejor acepción de la palabra. Posee una visión y una experiencia unificadas de la única verdad que resplandece en todas sus diferentes manifestaciones,  unas más claras que otras, unas más definidas y certeras que otras. No establece oposición entre todas estas visiones parciales, sino que las unifica en una dialéctica o en una visión interior de complementariedad. Con esta visión de la vida, puede aportar perspectiva, libertad y espontaneidad a la vida de los demás».

Acción y contemplación, Thomas Merton.