Si ha habido un occidental que haya conocido, de un modo profundo y experiencial, el vedanta advaita (nodualismo) hindú, ese fue Henri LeSaux, Abhishiktananda (que significa “la alegría de Cristo”). LeSaux, monje benedictino, llegó a la India desde Francia, con el deseo de vivir una vida monástica más austera y con la convicción de la indiscutible superioridad del cristianismo frente al hinduismo y las religiones de Oriente.
R. Panikkar ha explicado cómo esta visión entró en crisis al encontrarse en 1949 con Ramana Maharshi, que produce en Le Saux una profunda impresión que le hace tomar en cuenta la verdad y santidad que también se daba en el seno del hinduismo.
Esto le supuso a LeSaux un periodo de muchas tensiones psicológicas y espirituales pues veía la verdad en ambos caminos y no sabía cómo integrarla. Tomará un Gurú indio tradicional (Gnanananda Giri), meditará y practicará la vida de sannyasin en las cuevas de Arunachala y en una ermita del Himalaya.
Se adentra así en un periodo que algunos llaman de cierto relativismo, entre las formas religiosas. Ahora bien, será tras haber experimentado diversas formas de experiencia advaita, cuando toma conciencia clara, hacia los últimos años de su vida, de la novedad del cristianismo que no encuentra (o al menos no tan explícitamente desarrollada) en otras religiones: la Cruz, el Amor «kenótico» de Dios hacia los seres humanos.
Abhishiktananda hace mucho hincapié en el reduccionismo monista en el que suele caer el advaita vedanta, pues considera que algunos de los seguidores de Shankara han repetido, de modo escolástico, la experiencia y el lenguaje del maestro y han caído en una especie de monismo espiritual que niega la existencia y el valor de la dualidad y del mundo.
Ni Maharshi ni Shankara comparten esta idea de que el mundo es ilusorio que algunos de sus seguidores parecen transmitir y que muchas veces, en Occidente, se confunde con el verdadero vedanta advaita. Como decía LeSaux, la experiencia es advaita (no dos ) y aneka (no uno).
Siguiendo a Maharshi , y a su propio Gurú, Abhishiktananda distinguía varias experiencias de nodualidad:
– Kevala Samadhi (la experiencia más conocida en Occidente y más popularizada por Maharshi), experiencia de conciencia pura más allá de toda dualidad. Es una experiencia incompleta.
– Sahaja Samadhi o la experiencia del jivanmukti, el regreso al mundo de la diversidad tras haberlo superado, la “vuelta al mercado” del zen o, en cierta forma, el “regreso a Galilea” de los Evangelios. Esta es la experiencia de lo que en el cristianismo se llama de la Trinidad, la unidad y pluralidad de lo real. La verdadera nodualidad es relacional y no monista.
– Agape o Kénosis, la experiencia nodual propiamente cristiana, que fue revelada en la muerte y resurrección de Jesús.
En la Cruz, Dios abraza el sufrimiento humano “desde dentro”, no solo como un bodhisattva a través de la compasión (aunque incluye también esa experiencia), sino en la noche y el abandono, en medio del sufrimiento, por amor a los pobres, a los crucificados, a los empobrecidos, a todos, en definitiva, pues todos estamos en heridos- pero con una opción preferencial por los que más sufren-, para liberarnos por el amor y llamarnos a ser liberadores de los demás por amor.
La Cruz rompe todas las imágenes del Misterio habituales, Dios no solo se hace uno de nosotros sino que abraza el dolor y el sufrimiento para liberarlo desde dentro por el amor. Y nos pide le sigamos siendo liberadores por amor, dejándonos afectar por el sufrimiento, implicándonos verdaderamente.
Éste es todavía hoy el escándalo para muchos dentro de lo que podríamos llamar religiones herederas de la tradición primordial, que muchas veces no dan a la historia mucho valor y no ven con la misma intensidad que el cristianismo, y las tradiciones semíticas, la necesidad de una praxis de liberación y humanización, que tienda a establecer sociedades humanizadas realmente.
Son Tradiciones que buscan más la gnosis o iluminación interior que la transformación de la sociedad – sin excluirla-.
Un amor que no sea “efectivo” es inmaduro para las tradiciones semíticas (se necesita “praxis”, “obras”, “signos” de ese amor en la historia). Ahora bien, también es un escándalo la Cruz para las tradiciones semitas (islam y judaísmo) no cristianas, pues parece un fracaso un Dios que muere en la cruz, un Dios que no salva, en la historia, a su pueblo.
Así lo expresaba San pablo:
«Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.»
I Corintios, 1, 22-25
La Cruz es la gran novedad cristiana, la opción de Dios por los pobres y crucificados, haciéndose uno de ellos, para liberarlos por el amor tanto “aquí” como en “el mundo futuro”.
Este nodualismo kenótico es la forma más profunda y plena, que Cristo, y el cristianismo, pueden aportar a la vivencia de la nodualidad, en diálogo con las otras tradiciones, animando a colaborar a todos (cristianos o no) a la construcción del mundo nuevo, el Reino, ya en este mundo.
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre.»
Filipenses, 2, 6-11.