En la actualidad ciertas corrientes espirituales pretenden identificar la contemplación con el estado mental de silencio o atención. Algunos creen incluso que ese estado de atención transciende la mente, pues identifican la mente con el pensamiento formal.
San Juan de la Cruz definió la oración contemplativa como “estarse a solas con atención amorosa a Dios”.
De esa descripción algunas corrientes de espiritualidad actuales, del ámbito del mindfulness o de lo que denomino pseudonodualidad (corrientes monistas de espiritualidad) extraen la conclusión de que la contemplación es un estado de “atención sin yo”.
Se hace una lectura que olvida la última parte de la definición de san Juan de la Cruz, que incluye un abrirse a Dios, a una dimensión transcendente, con la que entramos en relación personal.
Como recuerda el experto en San Juan de la Cruz, Juan Antonio Marcos esta atención amorosa “es en esencia de carácter personal y… podemos identificarla, en buena medida, con la misma fe”. Supone el abrirse a una realidad que nos transciende, en la que confiamos (fe) y que nos lleva a confiar también en el ser humano y en la creación.
En la contemplación nos abrimos a una realidad que transciende la mente (incluso en sus formas más allá del pensamiento) y, a la vez, nos reconocemos limitados y no fusionados (humildad) con esa realidad, unidos en el amor.
De ahí, que en la contemplación se tome conciencia de que la verdadera realidad no se reduce a la experiencia espiritual que estamos viviendo (aunque sea una experiencia más allá del pensamiento y sin yo), la realidad a la que apunta la contemplación transciende nuestra experiencia espiritual y, por ello, el pensamiento no sería un obstáculo que hay que superar en el camino hacia Dios o el Misterio, sino una dimensión totalmente necesaria (para evitar un estado mental de pura fusión) , que se plenifica en la experiencia, no encerrándose en sí mismo.
En la verdadera experiencia mística el pensamiento no es algo a superar ni algo que tenga una función meramente instrumental para “vivir” en el mundo, sino un elemento intrínseco de la misma experiencia. Una experiencia solo de silencio es incompleta. Y si se identifica con la contemplación es enfermiza.
Reducir la contemplación (como parecen decir algunos) a un estado de fusión, sin yo, que nos lleva a descubrir que Dios es una “idea mental” a ser superada, nada tiene que ver con la verdadera contemplación. Esta forma de entender la contemplación, más bien, es un buen ejemplo de cómo muchas de las llamadas espiritualidades nodualistas, que algunos están hoy difundiendo, son una forma de narcisismo espiritual y de gnosticismo que no se abren a la verdadera transcendencia.
El budismo también lo confirma. Como recuerda el experto en Dzogchen, Elias Capriles, el budismo considera que la mente tiene muchos más niveles que simplemente el pensamiento. El budismo dzogchen habla de tres reinos mentales: el reino sensual (sensaciones, emociones), el reino con forma (pensamiento) y el reino sin forma (estados trasnspersonales de fusión con el todo, que siguen siendo mentales). Ninguno de estos niveles es la experiencia de contemplación real.
Muchos de los modernos neognósticos pseudonoduales confunden los estados mentales sin forma, estados de silencio (abismamiento) y de unión con el todo, con la verdadera contemplación que supone una apertura a algo que nos transciende, el Misterio o Dios. La experiencia contemplativa verdadera fundamenta la realidad de la persona (la persona no es una mera construcción mental, pues una cosa es la persona y otra el individuo) y, a la vez, abre a alguien distinto de ella, que la transciende, Dios.
La verdadera contemplación es una gracia, algo recibido de Dios (el Misterio), supone una toma de conciencia de una realidad que nos transciende y no el encerrarse un estado, logrado por la práctica meditativa de la atención amable, hasta alcanzar a una modalidad de la mente de tipo fusional sin yo, cerrada a la transcendencia. Así también lo recuerda el Dzogchen, nada producido por el propio esfuerzo es el estado de iluminación.
Por eso, San Juan de la Cruz dirá “cuando se sienta el alma poner en silencio y escucha, aún el ejercicio de la advertencia amorosa ha de olvidar”. El silencio y la escucha a la que se refiere San Juan de la Cruz es la acción de la gracia, un estado recibido de Dios (el alma es puesta en él, no lo logra por su propio esfuerzo a través de la práctica meditativa).
En ese estado (diferente del estado de atención amorosa autocentrado) la práctica de la meditación es un obstáculo, pues es una práctica mental que puede llevar a identificar la práctica de la atención con la verdadera experiencia contemplativa, cerrando a la persona en la mente (en la modalidad sin forma de la mente) y no abriéndola a la transcendencia.
Este es uno de los peligros que hoy puede darse en los nuevos discursos de espiritualidad nodualista (pseudonodualista en realidad), que se están difundiendo, y que parecen ser formas enfermas de espiritualidad.