LA ORACIÓN CRISTIANA EN SU DIÁLOGO CON OTRAS FORMAS DE ORACIÓN

Soy laica o seglar, como quieran llamarme, cristiana católica; me llamo Mª Antonia Fernández , soy sencillamente del “pueblo de a pie”, pero he trabajado mucho mi fe, mi compromiso y mi cultura religiosa. Hoy soy mayor, pero esto no me quita ni compromiso, ni el permanecer activa y no pasiva ante las situaciones que se van presentando, referida a mi vida espiritual. Todavía no tengo Alzheimer.

Me ha sorprendido enormemente la lectura del Documento episcopal sobre “Orientaciones para la Oración cristiana”, no esperaba encontrarme en estos momentos con un escrito ni tan extenso, ni tan prolijo, ni tan conceptual, ni tan reiterativo como para recordarnos tantos conceptos teológicos, cuando todos entendemos que el tema que se enuncia es más bien de es de carácter espiritual y pedagógico.

El texto comienza por citar dos objetivos ,

1.“Mostrar  la naturaleza y la riqueza de la oración y la experiencia espiritual enraizada en la Revelación y tradición cristianas”;

y 2.”Recordar aspectos esenciales; ofrecer criterios que ayuden a discernir qué elementos de otras tradiciones religiosas, hoy muy difundidas pueden ser integrados en una praxis cristiana de oración”

Después de haber leído, releído y trabajado punto por punto el Documento, he sacado en conclusión que, en efecto, como dice María Toscano “Cuando uno se enfrenta a los temas de espiritualidad no puede enfrentarse a ellos como se enfrenta a los temas académicos, hay que enfrentarse con rigor porque los temas académicos van dirigidos a la mente y al razonamiento, mientras que los espirituales hablan desde el espíritu y quien los toca, debe ponerse al servicio del espíritu que habla”. ( Cfr.Colección Catedra Josefa Segovia nº8 CITeS.2018)

Creo, con sinceridad que el verdadero objetivo, de todo el escrito, es más bien, el segundo objetivo, por más que la mayor extensión del texto se centre mayormente en el primero, de carácter totalmente teológico.  No deseo hacer ningún comentario a este objetivo primero, puesto que he leído ya muchas réplicas por personas bien documentadas que lo hacen mejor que lo haría yo, pero quizá si decir que este tipo de Teología no nos llega al sencillo pueblo cristiano. Hay que comenzar ya a presentar Documentos que estén más acordes con el lenguaje y la situación real del siglo en que vivimos.

Pero la lectura de los puntos que se dedican al segundo objetivo me ha dejado muy confusa porque parecen negar todos los criterios del Concilio Vaticano II sobre Ecumenismo y diálogo interreligioso; parece que quienes han escrito el Documento ignoran a su vez que la Iglesia es “comunión” y consiguientemente, que hay que contar con todos los criterios, y no sólo con aquellos que comparten lo que unos cuantos piensan, y finalmente, cuando se va a enseñar a otros lo que hay que hacer y creer a partir de unos “métodos y técnicas” provenientes de otras fuentes, hay que conocerlas a fondo y haberse empapado de ellas. Lo que el Documento denota es que esas experiencias no se han dado y naturalmente no se pueden transmitir.

La oración , en mi experiencia, es un caminar hacia lo invisible de nuestro propio ser y de toda la creación y hacia el silencio que lo envuelve todo, hasta irse encontrando con el Misterio de amor que vive en nosotros. Allí, no hay peligro alguno, simplemente hay luz y ha desaparecido el “ espejo” de que habla S. Pablo. Sólo hay paz , y sólo cabe admirar y contemplar. Dios aquí se vale de todos los caminos posibles, y desde siempre. Tenemos la suerte de que habla todos los idiomas y conoce todas las culturas, pero siempre dice y dirá lo que tiene que decir, a cada persona y a toda la humanidad

A partir de esta experiencia una encuentra sentido a todo lo que le rodea. El camino desaparece porque todo lo invade la presencia luminosa de ese Misterio. No hay nada que criticar, nada que temer, porque entonces  todo  es Presencia, todo oración.

¿ A qué se tiene miedo como para ver peligro en aquello que ayuda a la gente a llegar a esta experiencia de trascendencia y de amor?. La esencia de la fe, nunca se pierde por estar en una búsqueda de lo trascendente sea cual sea el instrumento del que nos sirvamos. Y no teman, que cuando hay sinceridad en esa búsqueda, se llega a la acción y al compromiso. No se puede escuchar al Señor en el interior de nuestro ser y no transmitir lo que Él es.

Es muy triste que se esté advirtiendo de peligros en un siglo globalizado qué está intentando asimilar toda la fuerza y trascendencia de lo invisible a partir de la Ciencia y no sólo de los planteamientos religiosos.

Termino con una cita de Simone  Weil muy de nuestro siglo: “Aquel que no ha oído nunca la palabra en el secreto de si mismo, aun cuando manifieste su adicción a todos los Dogmas, sean de la iglesia que sean, no está en contacto con la verdad, la verdad se recibe en la intimidad de la oración profunda, nunca en la plaza pública. Dios se manifiesta en la palabra íntima y esa es la que transforma la vida del ser humano”

María Antonia Fernández, miembro de la Asociación Cristianía

DOS FORMAS ACTUALES DE NARCISISMO ESPIRITUAL: La Pseudonodualidad y el culto al maestro espiritual

Con el olvido de la tradición cristiana viva se ha dado un retroceso espiritual en nuestra cultura hasta el punto de que, por un lado, algunos han llegado a negar la importancia de la dimensión espiritual en el ser humano, cayendo en el materialismo, y otros están difundiendo formas de nueva espiritualidad que, en realidad, son regresivas y están enfermas por el narcisismo que las caracteriza. Las posturas ultraconservadoras y fundamentalistas, que también tienen una gran difusión hoy, no solo no ayudan a sanar esta regresión espiritual, sino que son expresión de la misma enfermedad.

En esta ocasión, me gustaría referirme a dos manifestaciones de esta espiritualidad enferma, la espiritualidad narcisista, que pretende presentarse como la verdadera contemplación o la verdadera mística, y que serían: el discurso nodual enfermo o pseudonodualidad y el discurso basado en el culto al maestro espiritual.

El discurso nodual enfermo o Pseudonodualidad

La salida del narcisismo infantil, con su deseo de omnipotencia, es el camino de la madurez humana y espiritual. Las espiritualidades sanas ayudan y potencian esta salida del narcisismo al Amor, desde una actitud de humildad, que acepta la propia limitación, también dentro del propio camino espiritual, y potencian la apertura a una transcendencia, a una realidad más allá de mí mismo a la que me abro y con la que entro en relación. Si hay algo que al narcisista espiritual le disguste es abrirse de verdad a la relación con sí mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios.

Hoy hay espiritualidades que parecen describir el camino espiritual como una vía para salir de la limitación y para superar la relación con otro (confundiendo la relación con el dualismo), alcanzando así, de un modo imaginario, la realización de los deseos enfermizos de onmipotencia infantil. Una de las formas en que se presenta esta espiritualidad narcisista, que está teniendo más éxito, es como un supuesto camino de nodualidad.

Esta supuesta visión nodual narcisista considera a la mente como el obstáculo en ese camino de superación de toda limitación y piensa que la oración, por ser personal y relacional, es una forma “inferior” de experiencia espiritual. Cree que la contemplación es simplemente un estado de “presencia” que supera la mente, reduciéndola a un estado alterado o diferenciado de conciencia, que estaría por encima de la oración, que sería una forma dualista de expresión espiritual.

Es habitual también que estos caminos de pseudonodualidad afirmen que las religiones son simplemente un instrumento para llegar a esa experiencia de nodualidad (en realidad de narcisismo espiritual), pretendiendo que la religión es superada en ese estado de nodualidad, que es capaz de superar toda limitación o todo sesgo. Si hay algo típico del narcisismo espiritual es creer que la propia experiencia espiritual es la verdad y supera todo sesgo, buscando así satisfacer el deseo de omnipotencia a través de la construcción de estados alterados de conciencia no abiertos a la relación, es decir, autocentrados.

La tradición cristiana nos ayuda mucho a evitar estos peligros espirituales, por un lado, al recordar que nuestra experiencia espiritual nunca es plena, siempre es limitada, y por tanto, es una experiencia de fe más que de conocimiento. La humildad siempre es esencial para salir de ese deseo de onmipotencia narcisista que guía a muchas espiritualidades, que confunden ese deseo narcisista que es su verdadero motor, con el verdadero deseo de buscar la verdad y abrirse a ella, deseo de transcendencia y no solo de profundidad, acompañado siempre de la aceptación de la propia limitación.

La mente es necesaria y foma parte esencial de la experiencia espiritual cristiana ( y de toda experiencia espiritual sana) pues nos ayuda a discernir y evita que creamos que las experiencias internas nos dan acceso a la realidad y nos liberan de nuestra limitación, recordándonos el ser críticos (humildes) pues toda experiencia esta mediada por la mente, si bien, no se reduzca a ella. Quien cree que la experiencia es solo «estado de presencia» vive en una ilusión, como nos recuerda Paul Ricoeur o Raimon Panikkar, la experiencia es presencia más interpretación, no solo presencia.

En el cristianismo, la religión no es simplemente un instrumento a desechar  una vez lograda «la experiencia espiritual» sino una revelación de Dios, una realidad transcendente a la que nos abrimos y que es necesaria y se mantiene siempre en la experiencia espiritual. Precisamente la religión ayuda a salir de un camino meramente intimista o interno, haciendo que nos encontremos con Dios también “desde fuera”, por su propia iniciativa, aunque sus formas puedan disgustar a nuestra sensibilidad en ocasiones, obligándonos a discernir y a abrirnos a una realidad más allá de nuestra experiencia subjetiva. El narcisismo espiritual quiere evitar esta apertura a una realidad que nos transciende, pues no soporta encontrarse con otro que cuestione el propio deseo de onmipotencia.

El cristianismo nos recuerda que la espiritualidad es apertura a otro, un camino de transcendencia, de salida del centramiento en mí mismo, un camino siempre relacional. Por ello, la oración cristiana es siempre una oración de relación y la contemplación no es la superación de esa oración de relación, sino su plenitud, una apertura al Otro (Dios) sin fusión ni separación, siempre de modo relacional- eso que al narcisista le desgrada tanto: abrirse a la realidad de otro y a la realidad de la propia limitación-.

Creer que la contemplación es la superación de la relación es un signo de narcisismo (es satisfacer imaginariamente el deseo de eliminación del otro, propio del narcisismo); lo que caracteriza la contemplación no es que sea una experiencia de conciencia sin objeto, sino que sea infusa, es decir, que se produce de modo gratuito por al acción de otro, de Dios, es una apertura plena a ese Otro por acción de ese mismo otro y colaboración nuestra. Hay formas alteradas de conciencia que son sin objeto y nada tienen de contemplación, sino que son formas graves de narcisismo espiritual. Por eso, es peligroso el discurso pseudonodual que ignora peligrosamente estas sutilezas y que en ocasiones se quiere hacer presentar como verdadera espiritualidad.

El Discurso espiritual enfermo del Culto al Maestro

Conscientes muchos de que los discursos de muchas espiritualidades modernas están muy influidos por el narcisismo espiritual creen que el antídoto es el “someterse” sin discernimiento a un supuesto maestro espiritual. Esto suele ser más frecuente en quienes se han introducido en espiritualidades de tipo oriental.

En las espiritualidades precristianas, por su visión negativa de la historia, de la realidad espaciotemporal, era muy habitual el exponer la necesidad de un maestro que nos diera la iniciación al mundo espiritual del que estábamos privados. Sin el maestro y sin esa iniciación era prácticamente imposible acceder al mundo espiritual.

El cristianismo cuestiona esta visión con el Misterio de la Encarnación y la Resurrección, cuya consecuencia es la existencia en todo ser humano de un “existencial sobrenatural” como dice Karl Rahner, una apertura a la Gracia, que puede actualizarse en la historia más allá de que se reciba una iniciación espiritual formal o no. En Cristo, la Gracia se ha derramado sobre todos más allá de los cauces formales antiguos.

Esto no niega la necesidad relativa de esa iniciación y la gran ayuda que supone, pero no la absolutiza. En el cristianismo es la Iglesia la encargada de ser ese sacramento de salvación en la historia, no tanto los maestros individuales concretos. Esto es lo que expresó muy bien San Agustín al combatir la herejía (una herejía es una visión espiritual reduccionista que enferma) donatista, que creía que la eficacia de los sacramentos dependía de la santidad de los ministros. La misma iglesia visible, siendo necesaria, no tiene el monopolio de la Gracia en el cristianismo, no es por tanto absolutizada.

El cristianismo integra y da plenitud la vieja visión espiritual de la importancia de las mediaciones (maestros) a la vez que relativiza la absolutización que en algunas espiritualidades se hace del Maestro.

El acompañamiento espiritual es una gran ayuda pero no es una necesidad absoluta en el cristianismo. Sí lo es, que la experiencia espiritual sea un abrirse a otro también en la historia, no solo una experiencia interna, y para ello, la iglesia es el signo e instrumento en la historia de la salvación, no los maestros concretos, que solo son mediaciones al servicio de la iglesia ( y ésta a su vez está al servicio de Dios y de los seres humanos y no de sí misma).

El culto al maestro es un tipo de narcisismo por proyección, nos identificamos con el maestro al que sacralizamos e idealizamos ( al identificarnos con él en realidad nos idolatramos a nosotros mismos a través de él), creyendo que sometiéndonos sin discernimiento a él nos llevará a alcanzar el deseo de onmipotencia infantil que desea salir de toda limitación y evitar toda verdadera relación con el otro.

Conclusión

Es muy importante volver a conocer la tradición cristiana para poder discernir los peligros de muchas espiritualidades actuales, que nos seducen por satisfacer nuestras tendencias narcisistas pero nos enferman en vez de sanarnos.

Cristianía intenta ser cauce para hacer accesible la tradición contemplativa cristiana a tod@s ayudando a discernir un camino espiritual humilde y sano, en medio de una sociedad espiritualmente enferma.

EN LA VERDADERA CONTEMPLACIÓN, EL ESTADO DE ADVERTENCIA O ATENCIÓN ES TRANSCENDIDO

 

san juan de la cruz

 

En la actualidad ciertas corrientes espirituales pretenden identificar la contemplación con el estado mental de silencio o atención. Algunos creen incluso que ese estado de atención transciende la mente, pues identifican la mente con el pensamiento formal.

 
San Juan de la Cruz definió la oración contemplativa como “estarse a solas con atención amorosa a Dios”.

 

 

De esa descripción algunas corrientes de espiritualidad actuales, del ámbito del mindfulness o de lo que denomino pseudonodualidad (corrientes monistas de espiritualidad) extraen la conclusión de que la contemplación es un estado de “atención sin yo”.

 

 

Se hace una lectura que olvida la última parte de la definición de san Juan de la Cruz, que incluye un abrirse a Dios, a una dimensión transcendente, con la que entramos en relación personal.

 
Como recuerda el experto en San Juan de la Cruz, Juan Antonio Marcos esta atención amorosa “es en esencia de carácter personal y… podemos identificarla, en buena medida, con la misma fe”. Supone el abrirse a una realidad que nos transciende, en la que confiamos (fe) y que nos lleva a confiar también en el ser humano y en la creación.

 

 

En la contemplación nos abrimos a una realidad que transciende la mente (incluso en sus formas más allá del pensamiento) y,  a la vez, nos reconocemos limitados y no fusionados (humildad) con esa realidad, unidos en el amor.

 
De ahí, que  en la contemplación se tome conciencia de que la verdadera realidad no se reduce a la experiencia espiritual que estamos viviendo (aunque sea una experiencia más allá del pensamiento y sin yo), la realidad a la que apunta la contemplación transciende nuestra experiencia espiritual y, por ello, el pensamiento no sería un obstáculo que hay que superar en el camino hacia Dios o el Misterio, sino una dimensión totalmente necesaria (para evitar un estado mental de pura fusión) , que se plenifica en la experiencia, no encerrándose en sí mismo.

 
En la verdadera experiencia mística el pensamiento no es algo a superar ni algo que tenga una función meramente instrumental para “vivir” en el mundo, sino un elemento intrínseco de la misma experiencia. Una experiencia solo de silencio es incompleta. Y si se identifica con la contemplación es enfermiza.

 
Reducir la contemplación (como parecen decir algunos) a un estado de fusión, sin yo, que nos lleva a descubrir que Dios es una “idea mental” a ser superada, nada tiene que ver con la verdadera contemplación. Esta forma de entender la contemplación, más bien, es un buen ejemplo de cómo muchas de las llamadas espiritualidades nodualistas, que algunos están hoy difundiendo, son una forma de narcisismo espiritual y de gnosticismo que no se abren a la verdadera transcendencia.

 
El budismo también lo confirma. Como recuerda el experto en Dzogchen, Elias Capriles, el budismo considera que la mente tiene muchos más niveles que simplemente el pensamiento. El budismo dzogchen habla de tres reinos mentales: el reino sensual (sensaciones, emociones), el reino con forma (pensamiento) y el reino sin forma (estados trasnspersonales de fusión con el todo, que siguen siendo mentales). Ninguno de estos niveles es la experiencia de contemplación real.

 
Muchos de los modernos neognósticos pseudonoduales confunden los estados mentales sin forma, estados de silencio (abismamiento) y de unión con el todo, con la verdadera contemplación que supone una apertura a algo que nos transciende, el Misterio o Dios. La experiencia contemplativa verdadera fundamenta la realidad de la persona (la persona no es una mera construcción mental, pues una cosa es la persona y otra el individuo) y, a la vez, abre a alguien distinto de ella, que la transciende, Dios.

 
La verdadera contemplación es una gracia, algo recibido de Dios (el Misterio), supone una toma de conciencia de una realidad que nos transciende y no el encerrarse un estado, logrado por la práctica meditativa de la atención amable, hasta alcanzar a una modalidad de la mente de tipo fusional sin yo, cerrada a la transcendencia. Así también lo recuerda el Dzogchen, nada producido por el propio esfuerzo es el estado de iluminación.

 
Por eso, San Juan de la Cruz dirá “cuando se sienta el alma poner en silencio y escucha, aún el ejercicio de la advertencia amorosa ha de olvidar”. El silencio y la escucha a la que se refiere San Juan de la Cruz es la acción de la gracia, un estado recibido de Dios (el alma es puesta en él, no lo logra por su propio esfuerzo a través de la práctica meditativa).

 

 

En ese estado (diferente del estado de atención amorosa autocentrado) la práctica de la meditación es un obstáculo, pues es una práctica mental que puede llevar a identificar la práctica de la atención con la verdadera experiencia contemplativa, cerrando a la persona en la mente (en la modalidad sin forma de la mente) y no abriéndola a la transcendencia.

 
Este es uno de los peligros que hoy puede darse en los nuevos discursos de espiritualidad nodualista (pseudonodualista en realidad), que se están difundiendo, y que parecen ser  formas enfermas de espiritualidad.

La espiritualidad más profunda siempre tiene una dimensión religiosa

 

manos rezando

El proceso de secularidad, que se caracteriza por la independización de muchas realidades que antes pertenecían al ámbito religioso, ha supuesto la legítima separación de la noción de espiritualidad de su identificación con la religión.

 

 

La espiritualidad, antes siempre ligada a lo religioso, se considera ahora una dimensión humana, que no necesariamente ha de vivirse de modo religioso. Esta dimensión, según Viktor Frankl, hace referencia a la existencia en el ser humano de una realidad más allá de lo meramente corporal o psíquico, la realidad del espíritu.

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El Misterio está más allá del Silencio: Peligros del “Silencio»


virgen del silencioEl conocimiento de uno mismo es el comienzo del camino espiritual, así lo señalan las tradiciones espirituales.
Este conocimiento, se nos dice, lleva a descubrir el Misterio de lo real, lleva a descubrir a Dios y a toda la realidad en él. Como aconsejaba Cervantes, siguiendo la tradición humanista cristiana: «Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. De conocerte saldrá el no hincharte como la rana, que quiso igualarse al buey.» 

 

El conocimiento de nosotros mismos debe llevarnos a la humildad no al «endiosamiento».

 
Ahora bien, ese proceso de conocimiento de nosotros y de la realidad, en ocasiones produce estados alienantes, que más que ayudarnos a abrirnos a la realidad, nos encierran en imágenes “infladas” de nosotros mismos. Para evitar eso, junto al proceso de autoconocimiento, simultáneamente, ha de darse el conocimiento de la alteridad, de la realidad que me transciende, del Misterio. El proceso de autoconocimiento sano es siempre relacional, supone la apertura a un Misterio (la realidad del otro y de mí mismo) que transciende mi mente.

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¿UNA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL NODUAL? PELIGROS Y PRECISIONES

campanasDesde hace tiempo vengo señalando con preocupación cómo se está difundiendo un discurso que se denomina nodual (que creo habría que denominar pseudonodual) y que en realidad es un discurso espiritualista monista que puede llevar al narcisismo espiritual.

 

No pretendo decir qué tipo de experiencia interior puede tener quien va difundiendo esos discursos pseudonodualistas, pues me parece que juzgar la experiencia personal de alguien es un juicio temerario; la persona no puede ser juzgada, lo que señalo es lo inadecuado de las expresiones utilizadas en estos discursos y las consecuencias, ni éticas ni equilibradas, a las que puede llevar creer cosas que, en resumen, vienen a decir: «solo existe la conciencia», «todo es uno», «el otro no existe», «el mundo es una ilusión», «el yo no existe», «la libertad personal no existe», «la mente no puede captar la verdad», «la religión es siempre dual», «lo que crees, lo creas», «lo que viene, conviene», etc…

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LA MODA DE LA NODUALIDAD. ¿NOVEDAD O SÍNTOMA DE ENFERMEDAD ESPIRITUAL?

manos orando
Nos decía hace unos meses el jesuita Xavier Melloni, en un taller de espiritualidad celebrado en Madrid, bajo los auspicios de “Más que silencio”, que ya llevamos unos 15 años en los que se está divulgando entre las personas interesadas por la espiritualidad (yo añadiría que, en especial, entre las más vinculadas con los ambientes progresistas de la Iglesia) la noción de la nodualidad. Noción que parece ser nos anuncia una nueva era de la humanidad.

 

La nodualidad dice el mismo Melloni, en su charla sobre Maharshi, dada en Biblioteca de Navarra el 16 de abril del 2018, no es otra cosa que lo que el cristianismo llama mística. Ahora bien, explicada bajo el discurso del vedanta advaita, una corriente espiritual del hinduismo, cuyo principal representante es Shankara (s. VIII- IX) que explica la mística en términos de nodualidad, es decir, una experiencia en la que no hay separación entre atma (persona) y Braman (absoluto) pero tampoco hay fusión, por eso se describe como nodual.

 

De esta experiencia se deriva la conciencia de que todo es relación, unidad en la pluralidad, sin que ninguno de los dos términos (uno y plural) se puedan unificar ni separar. La Trinidad sería el misterio cristiano que haría alusión a esta experiencia, siendo el equivalente análogo al término hindú: Sat- cit- ananda (Ser, conciencia y gozo).

 

Esta escuela de nodualidad de Shankara da preferencia a un lenguaje monista frente a un lenguaje relacional, por eso, critica el orar a Dios como si él fuera un tú y la persona fuera un yo, y prefiere emplear un lenguaje no relacional (por ejemplo decir “Yo soy” expresaría mejor la nodualidad para esta visión, que decir soy hijo de Dios, pues ahí habría relación). Se trata de recordar y vivir que en lo profundo Dios y tú sois uno y algunos temen que si lo expresas de modo relacional caigas en el dualismo.

 

Ahora bien, el lenguaje monista evidentemente sigue siendo un lenguaje dualista, no un lenguaje nodual (pues falta la referencia a la pluralidad) pero algunos parece que creen que este lenguaje se identifica con la no dualidad (cosa sin sentido pues todos los lenguajes son duales) y creen que el lenguaje relacional es dualista, por eso, desconfían de las expresiones relacionales, pues dicen que la mente las entiende siempre como separación (Enrique Martínez Lozano tiene varias expresiones en este sentido). De este modo se considera que la experiencia espiritual ahora ha de expresarse con ese lenguaje monista, pero eso evidentemente no garantiza que detrás de ese lenguaje haya ninguna experiencia mística. Podemos desestimar el lenguaje relacional de las religiones y adoptar este nuevo lenguaje espiritual monista y nada garantiza que vivamos una experiencia nodual o mística.

 

Las religiones semíticas utilizan un lenguaje relacional y, por ello, algunos de los seguidores de esta nueva nodualidad creen que las religiones son dualistas siempre. De modo que, al final, esta insistencia en adoptar el lenguaje monista sirve en muchos casos para inducir a creer que las religiones de occidente son duales siempre y tienen que ser transcendidas o vividas en esta clave lingüística monista.

 

Una de las cosas menos clarificadas en esta nueva propuesta es diferenciar entre la experiencia no dual ( que se puede expresar de modo religioso o no, monista o relacional) y el modo como se expresa esa experiencia, pues la insistencia en identificar la experiencia solo con el lenguaje monista del vedanta advaita de Shankara, termina confundiendo la experiencia no dual con el lenguaje monista shankariano. Lo cierto es que uno puede cambiar a ese lenguaje y no tener ninguna experiencia nodual detrás.

 

Al final parece que el cambio de paradigma consiste en gran medida, en cambiar el lenguaje relacional por el monista. La consecuencia de eso suele ser sugerir o afirmar que las religiones están llamadas a desaparecer pues son duales. Se genera así una pretensión autoritaria en este discurso que es la que viene a decir que solo este modo monista de concebir la nodualidad es el verdadero o pleno. Pobre de ti si te expresas de modo relacional pues te dirán que al no usar su lenguaje monista no tienes la experiencia.

 

El maestro más popular de esta escuela shankariana en nuestros tiempos ha sido Ramana Maharshi, un verdadero místico que fascinó a muchos occidentales, que comenzaron a divulgar sus enseñanzas por Occidente, creyendo haberlas entendido . Lo característico del método espiritual de Maharshi era preguntarse ¿Quién soy yo? De ahí que ahora los que divulgan la nodualidad monista en Occidente crean que esta es la pregunta esencial a hacerse.

 

Cada mística tiene, sin embargo, su manera de avanzar hacia la nodualidad; en el caso judeocristiano esta pregunta sobre ¿quién soy yo? no tiene mucha importancia, pues lo importante es preguntarse de modo relacional, para evitar el egocentrismo: ¿Cuál es tu voluntad? Por ejemplo. El Occidental buscará conocerse para conocer a Dios y buscará en Dios descubrir quién es él; siempre hay un juego dialógico y relacional, al que la pregunta de Maharshi no se abre.

 

Este discurso, que, en definitiva, termina identificando su manera de concebir la nodualidad con la experiencia nodual, es lo que se nos anuncia como la revolución de nuestro tiempo: La revolución de la no-dualidad (dice Martínez Lozano) o el nuevo paradigma de la no-dualidad (dice Melloni).

 

La nodualidad evidentemente es una experiencia que se pierde en la noche de los tiempos, es la experiencia mística, sin embargo la moda de la nodualidad monista actual insiste en que ella es la novedad de la nuestra época, aunque en realidad la novedad finalmente parece que se reduce a insistir en que la mística se tiene que expresar según los modos del vedanta advaita hindú de tendencia monista, y en hacer creer que las religiones son dualistas siempre.

 

Por lo demás, en esta “nueva” corriente nodualista monista en realidad se detectan las viejas tendencias hegelianas de ciertos movimientos ideológicos de la modernidad. Hegel consideraba el Absoluto no como sustancia ya perfecta, sino como sujeto que se iba completando en el transcurrir de la historia, de ahí que la historia fuera un desarrollo evolutivo de la conciencia, cada vez más perfecta.

 

Esta visión evolucionista radical la encontramos en esta la moda de la nodualidad monista, pues creen que estamos en la nueva fase de la evolución y que esa nueva fase es la fase nodual (se confunde así la nodualidad, que en realidad transciende la evolución, con la mentalidad que estaría naciendo ahora -la que esta moda dice representar- a la que se denomina paradigma nodual o revolución nodual). Evidentemente la evolución expresa una verdad pero no todo se puede reducir a la evolución, hay dimensiones que la superan.

 

Se produce por tanto una caída historicista de la idea de no dualidad, que supera la evolución y la historia, para interpretarla de modo reduccionista como una fase de la evolución o un paradigma histórico; realidades que por definición son duales, por mucho que se autodenominen noduales y pretendan ser la única manera adecuada de expresar la nodualidad.

 

Este reducir una experiencia que transciende (sin separarse de ella) la historia a una mera nueva fase histórica es un sello característico de la enfermedad espiritual que nació en Occidente entre los seguidores de Joaquín de Fiore, que no entendieron a su maestro, y que se ha llamado el joaquinismo. Henri de Lubac ha estudiado bien esta enfermedad espiritual de Occidente y su herencia, en bastantes movimientos modernos. Joaquín de Fiore, monje del siglo XII, hablaba de la llegada de la Edad del Espíritu, su visión no era historicista ni evolucionista, la edad del Espíritu era un concepto arquetípico que superaba cualquier concreción histórica, pero ciertos seguidores se desviaron y lo interpretaron como una etapa histórica concreta en la que la religión debía ser transcendida para vivir una pura experiencia espiritual interior subjetiva. Se convirtieron en un movimiento autoritario que venía a negar el valor de otras visiones que no fueran la suya, como la visión religiosa.

 

 

Desde entonces muchos movimientos vienen identificando el tiempo en el que viven con la Edad del Espíritu y, en ocasiones, combatiendo toda otra expresión espiritual o ideológica que no lo vea como ellos. Esta enfermedad, aunque reclame la libertad espiritual, lleva implícita una tendencia muy autoritaria dentro de sí, pues termina considerando a las otras expresiones espirituales o ideológicas, fases superadas y por ello suprimibles. No favorece el pluralismo, el creer que el otro, en este caso el religioso o el laico racionalista, están en fases menos evolucionadas que tú mismo. Evidentemente hay niveles de conciencia, si bien, en un diálogo hay que abrirse a aprender de todos y debe darse argumentos a lo que uno expresa, por muy alto nivel de conciencia que uno crea tener.

 

Para el filósofo Borghesi, Hegel es la expresión más elaborada del joaquinismo. En la moda de la nodualidad monista se puede rastrear muchos de los temas hegelianos. Uno muy importante es la idea de Hegel de que lo “real es racional”. Esto viene a decir que lo que sucede ocurre porque es necesario que ocurra para seguir evolucionando. Melloni en su charla sobre Maharshi dice que el ateísmo era una etapa necesaria para alcanzar la nueva etapa de madurez espiritual. Parece seguir esta idea de que lo que ocurre en la historia al final es racional y necesario. Enrique Martínez lo dice en varios de sus libros: ”lo que viene, conviene”. Llevada a su extremo esta visión termina justificando cualquier horror en la historia.

 

Otro rasgo hegeliano de esta nueva moda se puede descubrir en su insistencia en que lo mental es siempre dual, pues se basa en la separación de objeto y sujeto. Conciben de modo reduccionista la mente con el modo dialéctico de pensar, basado en la oposición de tesis y antítesis para llegar a una síntesis. La dualidad es la base de ese pensar. Por eso se dice continuamente que la mente no puede conocer la nodualidad. Lo cierto es que la mente no solo funciona en modo dialéctico, también funciona en modo dialogal y relacional, en el que el conocer se da por participación a través del encuentro entre yo y tu, que resultan mutuamente transformados; es así como la mente participa a su modo de la nodualidad. La verdadera nodualidad, como abrazo integral, no podría excluir a la mente como esta moda afirma.

 

En la práctica, esta idea de desconfianza en lo mental se concreta en la insistencia en no juzgar; Melloni lo expresa en conferencias y entrevistas, con el peligro de que este mensaje favorezca el perder la capacidad crítica y la persona pueda ser manipulada. Algunos seguidores de Eckhardt Tolle han señalado que vivieron un estado de abotargamiento mental al pretender vivir en el presente todo el tiempo y no pensar. Si a esto añadimos la afirmación de Enrique Martínez Lozano de que no hay libertad personal solo eres libre si eres uno con la Conciencia Universal, entonces los peligros contra la autonomía de la persona, su racionalidad y su dignidad, los grandes logros de la modernidad sana, uno de cuyos orígenes es el cristianismo, son evidentes.

 

Por otro lado, podemos encontrar el otro rasgo típico del hegelianismo que viene a decir que “lo racional es real”, es decir, que el pensamiento es la realidad. Esta idea está presente en estas corrientes cuando se afirman cosas como que “lo que crees lo creas”. Melloni asentía a esta idea en su conferencia sobre Maharshi. Con esa creencia mágica se puede separar de la realidad a muchas personas, alienándolas.

 

Desde el punto de vista de la espiritualidad el peligro de esta moda sobre todo se situaría en que está haciendo que se confunda la experiencia nodual o mística verdadera y sana, con una pseudonodualidad, que es la que refleja el discurso de estas corrientes.

 

En el fondo el modo como concibe la no-dualidad, este discurso, es monista, o bien, se identifica la parte y el todo (la ola es el mar) o bien se relativiza la autonomía de la parte y sigue dándose primacía al todo (la ola es el mar y no todo el mar). Sigue sustentándose una visión piramidal en la que el Uno, o bien está arriba de la pirámide, o bien fagocita las partes, pues se llega a decir que no existen.

 

La auténtica visión no dual viene a afirmar que Dios es Relación, y que todo es relación, la realidad última es cosmoteándrica y los tres términos son igual y plenamente reales. Abhishiktananda (Henri Lesaux) criticaba la tendencia monista de los seguidores de Shankara. Ni el mundo ni el hombre son una ilusión, ni son simplemente olas del mar, son realidades tanto como el mar. Pues la realidad última no es el mar sino la relación de mar y olas.

 

Dice Melloni que la unicidad de la persona es efímera, negando entonces de facto la realidad de la persona, pues una realidad efímera no es tal realidad. Martínez Lozano afirma que si hay alteridad en la experiencia entonces hay dualidad, La alteridad no es lo mismo que la separación (este es un error de Martínez Lozano) como diría Zubiri, la alteridad es precisamente la condición de la realidad, algo es real si hay alteridad en él, por eso negar la alteridad es una manera de negar la realidad de lo que no es la Unidad. Alteridad no implica en absoluto separación. El otro separado en latín se expresa como alius y no como alter, que es el otro no separado de mi.

 

Por último, señalar a dónde quiere llevar toda esta moda. Tanto Melloni como Martínez Lozano vienen a sugerir que las religiones, tal y como están ahora, van a desaparecer. Una nueva espiritualidad transreligiosa debería ser la propia de este nuevo paradigma. Martínez Lozano lo expresa así en sus escritos. Melloni lo sugiere en sus charlas, más matizadamente que Martínez Lozano, pero dedicándole mucho más espacio a la transespiritualidad que a la interreligiosidad o a la postreligiosidad (laicidad), que son otras posibilidades que él ve de desarrollo del nuevo paradigma nodual.

 

Si esta moda se impone es de esperar que va a ser muy difícil distinguir la verdadera no dualidad o mística de lo que son “pseudonodualidades”. En las charlas que dan tanto Martínez Lozano como Melloni, se mezcla a Santa Teresa, Ibn Arabi, Hakuin, San Juan de la Cruz (místicos auténticos) con los nombres de conocidos neoadvaitas ( Tony Parson, Jeff Foster, Eckhardt Tolle, David Carse o Yolande Durán), corriente declarada como pseudoespiritual por los advaitas tradicionales.

 

Otro rasgo preocupante es la deriva autoritaria que se puede observar en algunos movimientos vinculados a esta moda de la nodualidad.  Conozco algunas Asociaciones para la meditación, que insisten en centrar todo, de manera reduccionista, en meditar y en el Silencio, son manejadas por líderes personalistas y autoritarios, que van dejando personas heridas por el camino. Como toda corriente hegeliana y joaquinita es autoritaria. Al renegar del personalismo y lo relacional, el cuidado y respeto a la persona se deteriora. El otro al fin y al cabo no es más que una efímera ola…

 

Es muy preocupante el descompromiso al que puede llevar una visión nodualista de tendencia monista; en estas visiones se tiende a poner el peso en meditar y estar en silencio y se pone poco énfasis en el amor efectivo, la compasión práctica frente al dolor de los otros, compasión vivida de modo personal, interpersonal y social. Si el otro queda reducido en su alteridad, también se rebaja la empatía y la compasión hacia su dolor, pues deja de ser tan real.

 

Si habéis aguantado el rollo hasta aquí enhorabuena y muchas gracias por la paciencia. Cierro diciendo que la mística o la verdadera nodualidad merecen indudablemente la pena.Os recomiento en ese sentido las enseñanzas de dos maestros españoles: Ana María Schlütter, monja católica y maestra zen y la enseñanza sobre la mística de Juan de Dios Martin Velasco.

El Proyecto de Cristianía

Cristianía es el nombre que Raimon Panikkar da a la experiencia mística cristiana, que está en el origen de la religión y  de la cultura laica de Occidente, integrándolas a ambas.

En sus orígenes, el monacato cristiano, un movimiento espiritual laico, que integraba lo religioso y lo secular en su perspectiva, sirvió de vehículo principal a la Cristianía.

Posteriormente, el monacato institucional fue decayendo,  una parte de la mística fue perseguida por la propia religión y  parte de sus herederos se convertirieron en enemigos de lo religioso, convirtiéndose algun@s también en padres y madres de la laicidad occidental.

La cristianía no es monopolio de la religión, pues una parte de esa experiencia mística se separó de la religión y se convirtió en una de las corrientes que fundaron la laicidad occidental moderna. Tampoco es monopolio de la laicidad pues ésta terminó rechazando toda espiritualidad.

En la verdadera experiencia de la Cristianía se integran la laicidad y la religión, sin fusionarse y sin rechazarse, de un modo no dual, que las transforma a ambas mediante un reencuentro mutuo, enriquecedor y respetuoso.

Cristianía, como proyecto, nace de esta experiencia de superación del conflicto entre laicidad y religión, y propone un camino de práctica espiritual integral que contenga instrumentos para promover, tanto la madurez humana como la espiritual,  en la sociedad, los grupos y las personas:

  • Con una perspectiva inclusiva, respetuosa tanto de la cultura y la espiritualidad  religiosa como de la secular.
  • Anclado en la tradición y sabiduría monástica cristiana (la vieja cristianía), abierta a tod@s.
  • Heredero de los valores del humanismo laico (la nueva cristianía).
  •  Primando el diálogo y  la vivencia intercultural, interreligiosa e interespiritual.
  • Centrado en el cuidado de la persona en su relación con ella misma, con los demás, con el Misterio y la naturaleza.
  • Basado en el autoconocimiento humilde.
  • La meditación amorosa contemplativa.
  • La escucha activa.
  • Y el compromiso ético, ecológico y social.
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