Una Mística Laica para dar a luz un nuevo Humanismo Integral, basado en la libertad y el amor

La conveniencia de salir de una cultura fragmentada o reduccionista, que se correlaciona con una sociedad injusta, es una de las reivindicaciones de los más lúcidos analistas contemporáneos (p. e. R. Panikkar, Maritain, Mounier, Berdiaeff, Garaudy, Ken Wilber, Edgar Morin…). La alternativa a esta cultura y sociedad fragmentada/reduccionista es lo que podríamos llamar el humanismo integral (que tiene en cuenta todas las dimensiones de la realidad y que hoy ha de intentar integrar las diversas perspectivas y conocimientos- antiguos y moderno, occidentales y no occidentales- en su cosmovisión).

Las sociedades premodernas son ejemplos de sociedades y culturas integrales, por ejemplo, en Occidente encontraríamos una referencia de sociedad integral en la llamada Edad Media. En estas culturas y sociedades integrales la espiritualidad es una dimensión esencial, pues es precisamente la capacidad (y la región de lo real) que permite integrar las diversas dimensiones, a la vez, que transcenderlas, sin reducirse a una de ellas. Por ello, estas sociedades integrales enfatizan la dimensión espiritual o transcendente, esa capacidad de salir de sí mismo que tiene el ser humano, para entrar en regiones más allá de lo mental o corporal y acceder al Misterio, una dimensión de lo real radicalmente otra con respecto a lo que el hombre es y conoce, que fundamenta toda realidad.

Uno de los peligros que acecha a estas culturas y sociedades que enfatizan la dimensión transcendente es minimizar la dimensión inmanente (el mundo del hombre), cayendo en formas autoritarias y perdiendo así su capacidad de integración. Es decir, dejando de ser integrales. Por eso, las sociedades integrales han de ser renovadas cada cierto tiempo con un impulso humanista, que ponga énfasis en la dignidad de lo humano, son los renacimientos humanistas que son necesarios para que estas sociedades no se pierdan en formas autoritarias. Como dice Jacques Le Goff el renacimiento y la Edad Media son dos momentos de la misma realidad cultural (a diferencia de lo que creen tradicionalistas o modernistas), pues contraponer la modernidad a la tradición es un error reduccionista que no puede dar lugar a sociedades integrales que tienen que tener la unidad pluridimensional (no uniformidad) de las culturas tradicionales y la libertad moderna, como base fundamental.

Existe una espiritualidad de tipo tradicionalista o de tipo Nueva Era, que confunde la apertura a la transcendencia con la desvalorización de lo humano o de la libertad. En realidad, suele ser una espiritualidad “gnosticista”, de tipo “mentalista o “consciencialista”, que tiende a reducirlo todo a la conciencia, cayendo así en un inmanentismo espiritualista (que confunde con la trascendencia), pues al reducirlo todo a la consciencia , se cierra a la alteridad, es decir a la verdadera transcendencia. Sobre este tipo de espiritualidad, ya sea de corte tradicionalista o postmoderno, no es posible construir una sociedad verdaderamente basada en la libertad y el amor (pues éstas exigen la transcendencia- respeto y apertura al otro-, no el inmanentismo- ver la realidad como cerrada a un único principio que niega el respeto adecuado a cada realidad diferenciada).

Existe un humanismo que se cierra a la transcendencia, suele basarse en una antropología que enfatiza la razón o el intelecto como lo más destacado en el ser humano. Estos humanismos no pueden ser integrales, pues no se abren a la transcendencia (a la espiritualidad sana). El humanismo que puede animar una cultura integral, ayudándola a no ser autoritaria, es el humanismo que pone a la libertad como centro de lo humano, entendiéndola, más que como capacidad de elegir, como la huella del Misterio en nosotros, la capacidad de abrirnos al otro (al prójimo, a Dios), una libertad transcendente y relacional. Este humanismo puede ayudar a superar el logocentrismo, patriarcalismo, antiecologismo y economicismo materialista de nuestras sociedades.

Un humanismo integral, es un humanismo que enfatiza de modo sano la libertad relacional y la pluridimensionalidad de lo real, es decir, que incluye la dimensión espiritual, entendida como transcendencia (capacidad de salir de mí mismo). Los grandes acontecimientos culturales de la humanidad han nacido de la construcción de sociedades basadas en experiencias integrales de este tipo. Las culturas entran en decadencia (se deshumanizan) cuando se pierde esta integralidad o se pierde o devalúa la libertad relacional. Las vanguardias que renuevan estas sociedades o fundan nuevas culturas cuando entran en decadencia las anteriores, son los/las monjes/as y lo hacen normalmente desde las bases y los márgenes de la sociedad ya decadente (separándose física o mentalmente de las sugestiones sociales alienantes de las sociedades de este tipo).

Monje es aquel que busca la unidad, el centro integrador, como fin principal de su vida, movido por un profundo deseo de libertad y amor, de libertad relacional. El monje como decía Evagrio Póntico, se separa de todos para estar unido a todos. Se separa de las sugestiones del grupo para poder descubrir su verdadero centro, que lleva a una verdadera relación auténtica con los demás. Monje es el arquetipo del místico y la mística.

En Cristianía seguimos la visión de Raimon Panikkar que descubrió que el monacato es un arquetipo presente en todo ser humano, pues en toda persona hay un deseo de unificación y comunión, y esa es su dimensión monástica. Por eso, las tradiciones monásticas pueden ayudarnos a todos a humanizarnos. Creemos además que es necesaria la presencia de monjes y monjas, personas que ponen como fin principal de su vida la unificación y la libertad relacional, en especial, en estos momentos en que corremos el riesgo de que las sociedades sigan deshumanizándose y caigan aún más en el reduccionismo, para ayudar a fundar sociedades y culturas integrales y libres, haciéndolo desde las bases.

El monacato institucional actual está en gran medida incapacitado para realizar esta labor que hoy demanda la situación (colaborar en humanizar y hacer más integral nuestra sociedad y cultura), por estar demasiado contaminado de prácticas autoritarias, desconfiar de la libertad y no cuidar adecuadamente de los derechos de las personas. Evidentemente no en todos los casos es así (ni con la misma gravedad), pero es verdad que es demasiado frecuente la ausencia de auténtica sensibilidad humanista en las prácticas monásticas actuales, así lo han señalado Raimon Panikkar (monje laico) o Thomas Merton (monje institucional). Es necesario humanizar el monacato y es a eso a lo que llamamos un monacato laico: un monacato integral y humanista.

El Monacato laico o monacato humanista, es una mística laica que intenta recuperar la autenticidad del arquetipo monástico (la unificación) enfatizando la dimensión humanista, más que la dimensión “transcendentalista” (poner énfasis en la dimensión transcendental) , pues es la dimensión que menos desarrollada tiene el monacato tradicionalista institucional actual.

Panikkar señalaba nueve aspiraciones del viejo monacato tradicional, que el monacato laico ha de integrar y transcender:

1.-   abrirse a la aspiración primordial…

2.-   primado del ser sobre el hacer y el tener…

3.-   el silencio por encima de la palabra…

4.   la madre tierra antes que la comunidad de los hombres…

5.   la superación de los parámetros espacio-temporales…

6.-   conciencia transhistórica antes que compromiso histórico…

7.-   plenitud de la persona más allá del individuo…

8.-   primado de la santidad…

9.-   memoria de la realidad última y su constante presencia…

El viejo monacato quería logar la unificación por medio de la renuncia a lo que considera superficial, tiende a rechazar lo profano, lo humano, lo temporal… el nuevo monacato busca la sencillez por la integración, no renunciar a nada que no sea negativo, alcanzar la simplicidad por integración. Por ello, el nuevo monacato une a las viejas aspiraciones, otras nuevas que las completen:

1.- Primacía de la persona.

2.- Unión de contemplación y acción.

3.- Equilibrio de Silencio y Palabra, primando el diálogo

      y la escucha.

4.- Comunión con la Naturaleza y los otros seres humanos

5.- Superar el progresismo radical y el reaccionarismo.

6.- Vivir la “tempiternidad” (eternidad en el tiempo)

7.- Sencillez por integración de las potencialidades.

8.- Compromiso con el Mundo desde la Verdad y el Amor (Noviolencia)

9.-   Hermandad Universal, Caridad en especial hacia los que son más excluidos.

Cristianía quiere ser un instrumento para favorecer el desarrollo del nuevo monacato, la nueva mística, en quienes se sientan llamados a ello. Ayudar a ir favoreciendo la formación de monjes y monjas laicos que quieran vivir ya lo que anhelan en lo profundo de su corazón y para ir acrecentando en la sociedad la presencia del monacato transformador que pueda dar cauce a esta aspiración social: el renacer de una sociedad integral fundamentada en la libertad y el amor.

Vificación de la liturgia, a través de la hermenéutica, la ética política, el hermetismo y la Mística.

Una de las preocupaciones actuales en relación con la renovación de la espiritualidad cristiana es la escasa significatividad que caracteriza a la liturgia católica romana contemporánea, cada vez menos entendida y parece que con menos capacidad de transformación espiritual.

Creo que es cierta la dificultad que bastantes autores (p.e. Lenaers) señalan con el lenguaje litúrgico actual, al decir que la liturgia se expresa en términos exageradamente heterónomos y autoritarios, propios de un momento cultural diferente al nuestro, de modo que no es entendido por la mayoría (o peor es entendido erróneamente, reforzando ideas neuróticas o erróneas, que se hacen pasar por ortodoxas), perdiendo así su carácter simbólico y, con ello, su fuerza transformadora, pues no alcanza a representar bien la experiencia espiritual sana actual de quienes celebran.

Ahora bien, creo que sería un error reducir el problema solo a una cuestión de “antigüedad” del lenguaje (si bien pueda ser así en ocasiones) y creer solucionarlo simplemente cambiando el lenguaje por otro actual, a veces muy subjetivo, pues entonces olvidaríamos el otro componente del símbolo, base de la liturgia: la referencia al Misterio y su carácter más “dado” de lo alto que  construido.

Conscientes de la importancia de esta dimensión mistérica de la liturgia, y exagerándola sin entenderla realmente, se encuentran los tradicionalistas que creen que la referencia al Misterio se mantiene conservando, de modo arqueológico, los textos e incluso la lengua (latín) de la liturgia tradicional, entendiendo la Tradición, no como transmisión fiel y creativa, sino como conservación e inmovilismo, que mata las tradiciones pues las hace intransmisibles, muchas veces porque ya, quien así actúa, no las entiende realmente. Liturgias congeladas dejan de ser simbólicas para vivirse en el registro imaginario (que no imaginal), aquel que intenta evadirse de la realidad más que abrirse realmente a ella desde lo profundo. Es sin duda un gran regalo de vida que la liturgia hoy se exprese en las lenguas de todos los pueblos.

La hermenéutica (arte de interpretar, traducir) viene en nuestra ayuda para evitar los extremos de estas dos posturas, haciéndonos ver la importancia de nutrirse de la sabiduría de los símbolos recibidos (no solo creados) y, a la vez, la necesidad de encontrar equivalencias que les den vida en nuestra cultura actual, los equivalentes homeomórficos (que cumplen la misma función) adecuados. No se trata pues de sustituir (si bien en ocasiones sea bueno purificar determinados elementos espurios) sino de integrar y enriquecer con equivalencias culturales actuales (análogas) que permitan entender hoy la experiencia original.  Ahora bien, el símbolo no es totalmente inteligible a la razón, es necesario que nuestros símbolos no se conviertan en meras alegorías que solo remitan a componentes éticos o incluso ideológicos, deben estar abiertos al Misterio. Esto supone que no se pierdan elementos esenciales dados por la tradición e, incluso, que se puedan mantener palabras o expresiones en lenguas originales como el hebreo, el arameo, el griego o el latín, que simbolizan ese lazo con la tradición y los orígenes, la experiencia que siempre será referencia, pues es cuando se manifestó la novedad cristiana por primera vez y nos permite tomar conciencia de ella con más claridad para vivirla hoy.

La filosofía hermenéutica además nos ayuda a transcender nuestro racionalismo (un obstáculo para vivir los símbolos) haciéndonos tomar conciencia de cómo somos seres que habitamos en el lenguaje inevitablemente (no hay una realidad objetiva pura) y eso nos limita en nuestra capacidad de acceder al Misterio, a la realidad, salvo que ese lenguaje sea vivido metafóricamente, simbólicamente. Los símbolos son pues esenciales para liberarnos de una visión reduccionista, haciéndonos ver los límites de la razón y, a la vez, evitando que caigamos en el relativismo o escepticismo al señalar que los símbolos son una realidad objetiva (inconsciente colectivo, imaginal) que permiten salir de la prisión de la razón y el lenguaje literal hacia la realidad y el Misterio que los transciende.

La hermenéutica, sin embargo, se queda en el umbral de los símbolos, nos hace entender su importancia, pero no es capaz de salir nuestra mente para abrir el corazón a los símbolos. De esto se ha encargado tradicionalmente lo que en Occidente llamamos hermetismo o esoterismo. Jung ha señalado la sabiduría que estos caminos esotéricos tienen, si bien, interpretándolos en ambiguos términos psicológicos (en realidad son caminos espirituales). Otros autores como Henri Corbin, Rene Guenon y los perennialistas nos han mostrado el carácter espiritual de estos caminos esotéricos y su trascendencia. El esoterismo ha sido el encargado de iniciar en el mundo de los símbolos de modo vivencial, no solo teórico, caminos como la alquimia, la astrología, la teúrgia o la gnosis, han sido formas occidentales de abrir y transformar la conciencia para adquirir una conciencia simbólica viva. Algo que hoy nos falta en gran medida.

El hermetismo o esoterismo es una perspectiva espiritual que devuelve al ser humano su capacidad simbólica (su dignidad y el desarrollo de sus potencialidades más profundas, dirían los grandes humanistas del Renacimiento como Pico de la Mirandolla, Marsilio Ficino o Erasmo, todos ellos influidos fuertemente por el hermetismo). A través de los procesos iniciáticos esotéricos la persona salía de la mentalidad racionalista (mentalidad profana) a una nueva manera de ver la realidad que A. Faivre, discípulo de Henri Corbin, definía con 4 carácterísticas (mentalidad esotérica):

  • Mentalidad de las correspondencias (las realidades sensibles son reflejo de los arquetipos, los símbolos se hacen la base de lo real)
  • Visión pluridimensional y orgánica del cosmos (múltiples niveles de realidad, desde lo material a lo espiritual, interconectados).
  • Más importancia del mundo del imaginal, del mundo de los arquetipos colectivos, que del mundo sensible.
  • Búsqueda de una experiencia de transmutación, de integración de lo sensible y los arquetipos para lograr una conciencia que integre el mundo interno de los arquetipos y el mundo sensible ampliando y equilibrando nuestra manera de estar en la realidad.

El problema en Occidente es que las corrientes esotéricas occidentales están en un estado muy decaído y hasta deformado, como bien explicó Rene Guenon; lo más serio que se conserva son corrientes como la masonería, en un estado no operativo sino especulativo, es decir, que solo especula o reflexiona sobre los símbolos a un nivel ético, pero no tiene instrumentos de transformación profunda de las personas para abrirles al imaginal,  o bien, corrientes fragmentarias de residuos hermetismo, muchas veces, en forma muy degradada en diversos grupos que dicen ser esotéricos como el martinismo, rosacrucismo, etc… que, según Guenon, en realidad han perdido su carácter iniciático real y solo conservan el vinculo psicológico con las tradiciones a las que se refieren, en forma muchas veces muy fragmentaria o degradada. Hay que descartar los grupos claramente pseudoiniciáticos, que desconocen realmente qué es el esoterismo y lo han sustituido por teorías fantásticas (teosofismo p.e.), las corrientes comerciales de la new age o la adivinación y superticiones de todo tipo, o incluso grupos que podrían llamarse contrainiciáticos, de transmiten una espiritualidad invertida y maligna (sectas destructivas p. e.).

Es un panorama desolador que hace que muchos al oír hablar de hermetismo o esoterismo lo asimilen a esos grupos pseudoespirituales y tiendan a considerarlo algo sin interés. El esoterismo es, sin embargo, una perspectiva espiritual fundamental, que sin estar destinado a todos, tiene la función de abrir al mundo de los arquetipos de un modo vivencial y llevar a las personas a una vivencia que transciende la mentalidad materialista y racionalista habitual.

Es pues urgente que se puedan generar corrientes de esoterismo vivo y equilibrado, conscientes de que no son la experiencia espiritual más plena (esta es la mística o monacato) como, en general, tienden a creer por error los grupos esotéricos más serios de las corrientes tradicionales actuales, como los grupos guenonianos o schuonianos. El esoterismo tendría una misión importante, devolver el Alma y la capacidad simbólica a las personas capacitadas, y a la sociedad, para prepararlas a abrirse o a vivir en toda su profundidad la fe y a la mística, las experiencias espirituales más plenas.

Una de las misiones del monacato laico hoy debería ser ayudar a generar estos grupos, de un modo que desarrollen una conciencia de su misión de una forma equilibrada (sabiendo que el esoterismo no es el centro sino un ámbito interno pero intermedio en el camino espiritual) y se genere un camino que haga recuperar la dimensión simbólica más profunda. Para ello, y por ser una corriente espiritual, el esoterismo ha de reavivarse a partir de una “energía” o “bendición” espiritual, no por el propio esfuerzo voluntarista. Guenon proponía, a los que querían vivificar la espiritualidad esotérica de Occidente, que se iniciaran en corrientes esotéricas orientales que están vivas y, con esa iniciación viva, reavivaran de modo análogo lo que quedase y pudiesen entender del hermetismo occidental. En Cristianía, contamos con la bendición del encuentro con una corriente esotérica taoísta viva (el taoísmo es el esoterismo chino), a través de la relación  con discípulos directos de Peter Yang, que puede ayudarnos a intentar reavivar los restos sanos del hermetismo a los que podamos acceder. Tenemos además las aportaciones teóricas de Rene Guenon y otros estudiosos serios de estos temas, que entendemos hay que leer con sentido crítico. Por último, la perspectiva monástica o mística cristiana, de la que queremos ser herederos, nos ayudara a colocar el esoterismo en el lugar que se corresponde, a no atribuirle un lugar central final que no posee. Por ello, una de las iniciativas de nuestro grupo será el crear un grupo de estudios simbólicos y litúrgicos, una de cuyas misiones debería ser hacer algo en esa dirección.

El peligro de estas corrientes herméticas es quedarse en el universo de los arquetipos o “imaginal” (Henri Corbin) o acceder solo al Dios apofático impersonal, que es una imagen reduccionista del Dios vivo revelado en la tradición judeocristiana. Este Dios que nos revela el cristianismo como Amor activo se manifiesta en la historia, que se convierte en lugar de salvación y en una dimensión esencial a integrar en un camino espiritual, si no queremos caer en el intimismo y el narcisismo espiritual. La experiencia espiritual nos ha de llevar a la ética y esto incluye la política en sentido amplio, más que partidista. En la liturgia cristiana debe haber siempre un llamado ético y crítico. En nuestras liturgias han de estar presentes los valores éticos universales y también la referencia a los marginados, a los pobres, a los excluidos… por el sistema, si queremos hacer una liturgia verdaderamente cristiana y no esotérica o espiritualista simplemente.

Por último, necesitamos la presencia y la labor de los místicos y místicas, personas que vivan la experiencia viva de comunión con Dios, con la naturaleza y con los hermanos en Cristo. Una experiencia espiritual, la mística o monástica, que integra todas las anteriores (ética, hermenéutica, hermética, política, de fe) y las transcienden en una experiencia final que ya no es solo interna o individual sino también comunitaria, eclesial e histórica. Solo los místicos y las místicas pueden hacer esta labor de revivificación litúrgica sin romper con la tradición ni quedarse en el tradicionalismo, sin caer en el intimismo espiritualista esotérico ni en el moralismo activista. Creo que Thomas Merton es un ejemplo hoy de un místico que hizo esta labor con su propuesta de una liturgia de las horas renovada y tradicional, contemplativa y comprometida, que plasmó en un libro (el libro de las horas). Este es el modelo de liturgia  horas que queremos tener de referencia en Cristianía.

Cristianía: Un cristianismo laico, humilde y sin complejos, abierto a tod@s

Cristo, el buen pastor

Vivimos tiempos que algunos llaman postcristianos, en los que aparentemente el cristianismo sigue siendo influyente en nuestra sociedad, si bien, en la práctica, la experiencia espiritual cristiana parece hoy en clara recesión.

Se percibe un renacer del interés por la espiritualidad, a la vez que una cierta desconfianza o desconocimiento de las tradiciones religiosas, en especial, de la tradición cristiana.

Ya en otros post he señalado el error de reducir la religión a una simple forma externa de vivir la espiritualidad adscribiéndose a las normas de un colectivo, haciendo de la religión una forma superficial de espiritualidad. Esto es lo que Panikkar llamaba el «religionismo» (reducir la religión a la pertenencia a un colectivo social). La religiosidad, al contrario, es una forma profunda de vivencia espiritual, que constituye una posibilidad presente en todo ser humano: es la vivencia relacional de la espiritualidad (religión como decía Zubiri tiene que ver con la experiencia de religación con lo real, sin fusionarse ni fragmentarse, la forma más profunda de vivencia espiritual, llamada nodualidad en Oriente o experiencia de la Trinidad en el cristianismo).

La experiencia religiosa en su forma relacional nace de manera explícita con la tradición abrahámica que supuso una novedad respecto a las religiones anteriores, pues como decía Mircea Eliade:

«los hebreos fueron los primeros en descubrir la significación de la historia como epifanía de Dios, y esta concepción, como era de esperar, fue seguida y ampliada por el cristianismo«.

En las religiones arcaicas y antiguas, las realidades del mundo no tenían valor en sí mismas, se veían solo como correspondencias de arquetipos espirituales que serían las realidades verdaderamente valiosas. La pluralidad era vista como una realidad inferior. Con la llegada de la tradición judeocristiana las realidades mundanas (pluralidad) adquieren valor en sí mismas, además de estar abiertas a la relación con el Misterio, surge así la visión espiritual relacional (nodual relacional). El ser humano toma conciencia del valor de las realidades históricas- la pluralidad- (incluido él mismo), abriéndose al pensamiento relacional (nodualidad relacional) y ampliando su conciencia ética para cuidar también de esas realidades en la historia.

El ser humano arcaico intentaba huir de la historia a través de prácticas espirituales, ritos y mitos que le devolvían a un «tiempo original» (ahistórico) al que buscaba regresar fusionándose (perdiendo su realidad histórica) con ese mundo arquetípico; la nueva experiencia religiosa buscará vivir también en la historia la experiencia espiritual, para hacer de esa historia un lugar más humano (y más divino). Es una experiencia espiritual más plena que integra el deseo de unidad que fundamentaba la experiencia espiritual anterior, sin desvalorizar las realidades históricas (la pluralidad), transcendiendo la tendencia monista anterior. No es una experiencia espiritual ahistórica sino una experiencia de «tempiternidad«, eternidad en el tiempo, que hace de la historia un lugar de «salvación» y no un obstáculo o algo negativo en sí misma.

Así, con Abrahán nace una nueva experiencia religiosa que integra y transciende las experiencias religiosas anteriores: la experiencia de la fe. Como explica Mircea Eliade:

«Abrahán inaugura una nueva dimensión religiosa: Dios se revela como personal, como una existencia “totalmente distinta”… para quien todo es posible. Esa nueva dimensión religiosa hace posible la “fe” en el sentido judeocristiano».

La experiencias religiosas anteriores no se basan en una relación personal con el Misterio sino en una concepción más de tipo impersonal o transpersonal, la práctica espiritual tiene un valor en sí misma, es un acto en cierto sentido «científico – («gnóstico») – espiritual» de acuerdo a una cosmovisión diferente a la de la ciencia moderna. Con esa práctica se busca que las «energías» que salieron de la dimensión divina hacia el tiempo, regresen a esa dimensión. No se pone en el centro la relación personal (la dimensión relacional) sino la correcta práctica espiritual. Como decía el teólogo Jean Danielou, estás prácticas espirituales antiguas «son esencialmente un esfuerzo por defender, contra la acción destructora del tiempo, las energías primitivas«.

La fe incluye esa dimensión de unificación con el Misterio, si bien, sin perder de vista la dignidad personal del ser humano, que no es una simple manifestación «caida» de un arquetipo al que ha de volver, sino una realidad valiosa en sí misma – en su unicidad-, que por ello ha de colaborar libremente respondiendo en la historia, con todo su ser, a la autocomunicación de Dios (fe).

El cristianismo llevará a la plenitud esta nueva experiencia religiosa. El judaismo tiene una visión que limita la Historia de la Salvación a la Torá, la práctica de la Ley es la respuesta en la Historia a la autocomunicación de Dios, la respuesta en la historia que no sigue de algún modo los preceptos de la Torá queda fuera de la Historia de la Salvación. Igualmente podría decirse del Islam, si bien, el islam ha ampliado el ámbito de la Ley (Sharía) más allá de un pueblo concreto.

Con el Misterio Pascual, centro de la fe cristiana, es decir, la encarnación, la cruz y la resurrección de Cristo en la historia, se produce la «kenosis» o «abajamiento» de Dios que rompe los esquemas religiosos anteriores. El Misterio se hace persona, no doctrina ni moral ni Ley y el encuentro con la persona de Cristo en la historia libera de la idea de retribución (salvación en la historia mediante el cumplimento de una «ley» o una «ética o ciencia») y abre la Gracia a todos, en especial, a aquellos que sepan ver a Dios en lo débil, lo aparentemente no importante para la vieja mentalidad religiosa (se rompe con la idea de la retribución que atribuye el «éxito» o «fracaso» en la vida al cumplimiento o no de los «mandatos» de Dios, todos somos salvados por la Gracia y no nos «autosalvamos»). Si el judaismo reservaba la salvación en la historia al final de los tiempos, cuando con la llegada del Mesías todo el tiempo se haría sagrado, el cristianismo reconoce en la llegada del Mesías Jesús, la llegada de la Gracia a todos ya en la historia (prolepsis- adelantamiento de los tiempos finales en la figura de Cristo) si nos abrimos al mensaje de Gracia de Jesucristo.

El cristianismo rompe los esquemas religiosos antiguos, integrando lo esencial de los mismos- búsqueda de unión con el Misterio- transcendiendo sus rigideces- minusvaloración de la historia-. Con la Encarnación Dios se revela débil, vulnerable (según los viejos esquemas) y en la Cruz se pone del lado de los pobres, los marginados, los que sufren… por Amor al ser humano, viviendo la experiencia humana hasta los aspectos más oscuros. Con la Resurrección la Gracia inunda la historia más allá del propio cristianismo. El Espíritu transciende la propia iglesia visible si bien ésta sea necesaria, precisamente, para ser signo e instrumento de la realidad de este Espíritu «que sopla donde quiere».

Toda esta visión es radicalmente novedosa y escandalizará a los paganos del momento (seguidores de los restos de la Tradición Primordial), recordemos, por ejemplo, las críticas del griego Celso a los cristianos, señalando que su doctrina es diferente a la Tradición Primordial, que él cree la tradición más plena y de la que el cristianismo sería una falsificación:

  1. Dice Celso que creen los cristianos que Dios y la historia no son incompatibles. Algo que el viejo paganismo por su aversión a la historia veía como imposible. Desde el paganismo Celso se opuso al Misterio de la Encarnación, pues era una novedad para la vieja tradición (era demasiado «secularizador» para su mentalidad que rechazaba la historia- lo secular). Así dirá Celso:

«Dios es bueno, bello, feliz y está en lo más bello y perfecto. Si tuviese que descender a los hombres, debería cambiar de lo bueno a lo malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la infelicidad, de lo perfecto a lo imperfecto. ¿Quién desearía tal cambio?»(IV, 14)

2) Del rechazo de la historia deriva también la incomprensión pagana de la Resurrección, pues lo histórico es para el viejo paganismo algo negativo.

«La carne, empero,llena de cosas que no fuera ni decente nombrar, Dios no querrá ni podrá hacerla inmortal (V, 14)».

3) Por último, la vieja mentalidad pagana es muy clasista, no reconoce la dignidad de todo ser humano y le resulta incomprensible el Misterio de la Cruz, en el que Dios se pone de parte de los pobres- visibilizando el carácter «gratuito» y no «retributivo» de la salvación- para salvar a todos por Amor. El cristianismo descubrirá la dignidad de todo ser humano, frente a las teorías de las castas antiguas, que pretendían que había diferentes grados de dignidad humana. Las consecuencias sociales del cristianismo no pasaron desapercibidas a las élites privilegiadas del Imperio (De hecho, muchos de los críticos paganos del cristianismo advertiran del peligro político que la mentalidad «democratizadora» cristiana tenía para los privilegiados del Imperio). Así expresará el pagano Celso su clasismo:

«Pues qué personas son dignas de su Dios… pueden convertir únicamente a los necios, a los innobles, a los insensatos, a los esclavos, a las mujeres y a los niños [III, 44] «porque son incapaces de convertir a alguien realmente bueno y justo» (III, 65 a). Ningún hombre prudente creerá en esa doctrina, asqueado por la muchedumbre de los que la abrazan» (III, 73 b)».

Conocer cómo era el viejo paganismo creo que puede ayudar a salir de la idealización que muchos hacen de él, en estos tiempos en los que está de moda denostar el cristianismo (sin negar las sombras que también en el cristianismo se han dado).

La novedad religiosa cristiana supone superar visiones intimistas de la espiritualidad. La experiencia espiritual no es solo una experiencia interior o de cambio de conciencia. Es una experiencia de transformación integral del ser, interna y externa, histórica y suprahistórica, humana y divina, gratuita y necesitada de acción, de praxis, personal y a la vez comunitaria y social o política… Por ello, dentro de la propia novedad de la experiencia espiritual cristiana está la necesidad de la Iglesia y del sacerdocio, como sacramentos de la Gracia en la historia que permiten el encuentro también «sensible» y no solo interior con el Misterio, manifestado en Cristo. El cristianismo como espiritualidad relacional por excelencia necesita de las mediaciones para que la experiencia cristiana se pueda vivir en plenitud, necesita pues de la Iglesia (mediación para el mundo) y del sacerdocio (mediación para la comunidad) además de la experiencia interior e inmediata. De ambas.

Ahora bien, las mediaciones en el cristianismo como la iglesia o los sacramentos no tienen el mismo sentido que en las religiones antiguas. No son sacralizadas perdiendo su realidad limitada ni reducidas a meras instrumentos sin valor en sí mismos y prescindibles.

La mediación solo se entiende si se accede a la perspectiva nodual relacional, el mediador no es distinto de las realidades a las que media (tiene realidad en sí mismo más allá de la función de mediación, con valores y límites) y, a la vez, está abierto a una realidad mayor que fundamenta su necesidad. Es diferente del intermediario, nos recordará Panikkar, que en realidad se mantiene como una realidad separada de las realidades para las que realiza la intermediación y que en sí mismo pierde su valor en favor de su función. Las viejas religiones entendían el símbolo y el sacerdocio más como intermediación (realidades fuera de la historia, sacralizadas) que como mediadores (necesarias pero limitadas).

Esta visión supone que ni la iglesia ni el sacerdocio ministerial pueden ser eclesiocéntricos (centrados en sí mismos), son sacramento del Espiritu de Cristo extendido por toda la tierra, también presente en las otras tradiciones espirituales sanas; ni tampoco son meros instrumentos prescindibles, pues sin ellos, que hacen «sensible» la Gracia (sin acapararla), la experiencia cristiana no se daría en forma plena.

La nueva manera de vivir las mediaciones en el cristianismo queda muy bien reflejada en el proceso de «iniciación» cristiana. La iniciación cristiana es diferente de la iniciación tal como se entendía en la religiones anteriores. En las viejas religiones la iniciación transmitía una «energía espiritual» que permitía «regresar» a la divinidad o el Misterio; sin ella, era imposible acceder a esas dimensiones superiores.

En el cristianismo, que se basa en una experiencia espiritual que integra y transciende las experiencias anteriores, lo importante es la adhesión personal al Misterio (y luego a las verdades que él transmite) desde la libertad. Por ello, el proceso no comienza con un rito, que nos transmite una «energía espiritual» para practicar determinadas técnicas espirituales que nos harán realizar nuestros estados más elevados. Como señaló el teólogo Karl Rahner, para el cristianismo, desde la Resurrección, la Gracia se revela presente en tod@s en su dimensión personal; como él decía, existe en el ser humano un «existencial sobrenatural» en el corazón de la persona, que le permite dar respuestas espirituales cuando desde su corazón dice «sí» plenamente al Misterio de la vida. La iniciación cristiana se basará en esta «capacidad espiritual de la persona».

El «proceso iniciático» cristiano comienza con un anuncio, el kerigma (Cristo ha resucitado), que pretende la adhesión del corazón, un encuentro personal que necesita de la colaboración libre de la persona (por ello, ella debe entender el mensaje no solo con la razón sino con el corazón, a través de un encuentro personal con el Misterio y no, simplemente, a través de la adhesión a una creencia).

Posteriormente, es necesaria la conversión, la práctica del seguimiento de Cristo en la historia, en la vida cotidiana; sería la práctica ética en la vida.

Por último, se celebra, lo que ya se vive en la vida ordinaria, en los sacramentos y en la liturgia. Sin fe ni conversión, los sacramentos carecen de toda efectividad real (al margen de que objetivamente sigan transmitiendo la Gracia). A su vez, los sacramentos no son un fin en sí mismos (como lo son los ritos antiguos) sino un instrumento y un signo de la Gracia que está en toda la realidad. El sacramento celebra y da plenitud a lo que se vive en la vida y, a su vez, ayuda a vivir en la vida lo que se celebra en la liturgia. Como vemos, es bastante diferente a los viejos conceptos religiosos, si bien, integra lo esencial de lo que los antiguos buscaban, pero le da plenitud. La Gracia no es una energía sino un encuentro personal con el Misterio en la historia, de ese encuentro nacerá esa energía.

Como señala Gianni Vattimo, el cristianismo supera la vieja visión metafísica de las antiguas religiones (una visión más monista que relacional)- si bien, la postura de Vattimo radicaliza en demasía esta idea-; el cristianismo es una religión que manifiesta la dimensión relacional de toda la realidad; sin negar la realidad del ser o la metafísica, no se considera al Ser como la realidad más profunda, ésta se sitúa en el núcleo del Ser que es el Amor y no el No- Ser o Supraser (como diría la vieja metafísica) que siguen siendo  una realidad no relacional y, por tanto, no la realidad plena . Esto supone que, cuando se vive en plenitud el cristianismo, éste no es eclesiocéntrico ni fundamentalista (creer que solo la propia tradición tiene la verdad). Desde los orígenes, los Padres de la Iglesia han hablado de las semillas del verbo en toda tradición sana. A la vez, tampoco es simplemente una tradición más.

La misión de un cristianismo, consciente de su carácter de religión de la relación, será poner a Cristo y su mensaje en relación con todas las tradiciones y con todas las realidades, sin que éstas pierdan su identidad, abriéndose a la enseñanza que éstas tienen, y sin que el cristianismo olvide su novedad. Contribuyendo con tod@s a la liberación de los seres humanos, en especial los que más sufren, los pobres y marginados… colaborando con Dios en la realización de Reino en la historia y más allá de ella.

Cristianía quiere ser un instrumento al servicio de un cristianismo y una espiritualidad de la relación, un cristianismo humilde, en cuyo seno puedan acogerse quienes no se sienten necesariamente cercanos a la institución (de ahí su énfasis en la laicidad- lo común a todos-) y, a la vez, un lugar para vivir la adhesión a la institución en claves relacionales, no fundamentalistas y radicalmente evangélicas.

En ambos casos, una red para ayudar a las personas a realizar la experiencia nodualista relacional (monástica) siguiendo las enseñanzas de Cristo y la tradición cristiana, contribuyendo a la construcción y crecimiento del Reino de liberación y amor en la historia.

NECESIDAD DE UN MONACATO LAICO, EL MONACATO DE LA ESCUCHA

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Para Raimon Panikkar el monacato “es una dimensión de todo ser humano… la dimensión que busca la integridad, la unificación y la comunión entre todas las dimensiones de la realidad” .

 
Si históricamente se entendió lo monástico como algo restringido a las personas que estaban vinculadas a instituciones monásticas, hoy no se considera monopolio de los monjes institucionales, sino una invariante antropológica, un arquetipo presente en todo ser humano.

 
Para que las tradiciones espirituales monásticas puedan ser vividas fuera de los monasterios, es necesario que las formas tradicionales se abran y acojan a personas que no son, ni quieren ser, monjes institucionales. El monacato laico no puede nacer simplemente del deseo subjetivo y de la lectura de libros monásticos por quienes se sienten atraídos por el arquetipo monástico; necesita el contacto con personas que viven ese monacato.

 

 

CRISTIANÍA quiere ser un camino para vivir esa dimensión monástica presente en todos, de un modo laico y de inspiración cristiana, nacido del contacto real con el monacato tradicional.

 

 

El nuevo monje enfatiza la dimensión de integración más que la dimensión de renuncia, solo quiere renunciar a lo que no es éticamente aceptable, pero sabe del peligro de dualismo y elitismo de la vieja espiritualidad monástica e intenta evitar ese error.

 
De este modo, el nuevo monje, laico o institucional, vive las aspiraciones primordiales del arquetipo monástico, manteniendo lo esencial de ellas y, a la vez, viviéndolas de un modo más humanizado y equilibrado.

 

 

 

Nuevo modo de vivir las aspiraciones monásticas esenciales:

 
1) El nuevo monje desea comprometerse en la afirmación de la vida y de la dignidad de la persona.

 
2) Busca una acción contemplativa, prioriza más la diferencia entre el ser y el tener que entre el ser y el hacer.

 
3) Enfatiza la relación entre silencio y palabra. El silencio se puede corromper en aislamiento. El verdadero silencio es escucha, por ello, promueve el diálogo y la escucha.

 
4) Quiere vivir en comunión con la tierra y en comunidad con sus semejantes.

 
5) Quiere vivir la dimensión transhistórica en la propia historia.

 
6) Toma conciencia de la tempiternidad (lo eterno no está separado de lo temporal).

 
7) Busca el desarrollo de las potencialidades de la persona: vivir la integración del cuerpo, la afectividad (es posible un monacato en pareja) y el compromiso social.

 
8) Primado de la santidad, pero encarnándose en la secularidad.

 
9) Cuidado de lo pequeño y efímero, de lo vulnerable.

Cristianía: Una Mística Monástica para tod@s (Una Espiritualidad no-dual de la sencillez, el amor y el servicio)

La antigua sabiduría monástica tiene mucho que decir a las mujeres y hombres de hoy. ¿Por qué? Porque el monacato más que una realidad institucional (hoy en día marginal) es una realidad existencial, un arquetipo presente en toda persona. En todo ser humano se da un deseo de unificación o simplificación en torno a un centro, esta búsqueda sería la esencia del arquetipo monástico.

 

Monje es una palabra que proviene del griego y hacer referencia a mónos (Uno). Monje es, por tanto, toda aquella persona que busca la unificación como fin fundamental en su vida. No es necesario que esté en una institución que se denomine monástica, pues lo monástico supera las instituciones, por muy valiosas que éstas puedan ser. No son necesarios tampoco unos compromisos determinados, pues estos pueden ser muy variados (en las diversas culturas encontramos una gran diversidad de modos de vivir el monacato, hay monjes casados y solteros, contemplativos y centrados en la acción, eremitas o cenobitas, separados de la sociedad o en medio de ella…).

 

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Nueva espiritualidad monástica

Hace unos años se decía que monje es aquel que todos los días cuando se levanta se pregunta qué es un monje. El monacato es una búsqueda constante y a la vez una respuesta en cada época a esa búsqueda.

¿Qué se busca?

La unificación, la integración de toda la realidad, personal y colectiva, interior y exterior, histórica y suprahistórica. Una experiencia de comunión con el cosmos, el hombre y Dios.
Ser monje hoy es hacerse esa pregunta e intentar darle una respuesta con todo el ser y no sólo con la cabeza. Hoy en el monacato hay diferentes respuestas a la pregunta, y diferentes búsquedas.

Algunos de los monjes y monjas hoy se sienten insatisfechos con las respuestas recibidas de otros momentos históricos. Quizá Thomas Merton se ha convertido en el paradigma de estos monjes que plantean la necesidad de salir del aislamiento y de abrirse al mundo, sin fundirse con él, para poder transmitir la vida monástica en el nuevo contexto humano e histórico.

Desde fuera del monacato institucional también se reclama la necesidad histórica de la experiencia monástica, entendida como experiencia de comunión e integración de toda la realidad que somos, para dar respuesta a la encrucijada histórica en la que estamos y que ya no podemos resolver sólo desde la cabeza, la técnica, o el poder sino desde lo más profundo de nuestro ser, danto una respuesta desde el cuerpo, desde las emociones, desde la razón y desde la espiritualidad.

Raimon Panikkar ha reclamado el monacato como un arquetipo válido para todo ser humano y como modelo de la nueva experiencia que debe dar lugar a una manera de vivir unificados en medio del mundo caótico y fragmentado actual, sin caer en proyectos uniformadores y comprometiéndose con ese mundo. Experiencia que llama de nueva inocencia, de confianza en la realidad cuando no excluimos elementos de la misma sino que los integramos todos.
Hoy son muchos los monjes y monjes que plantean la necesidad de que el monacato se transforme sin perder sus raices, poniendo su centro más en ser lugar de encuentro, acogida, humanización en diálogo con el mundo que en modelos de separación y aislamiento del mundo de otro tiempo. Podemos recordar las últimas semanas monásticas cómo muchas intervenciones van en esta dirección: Juan Mªde la Torre, Cándida Saratxaga, Rosario Fernández Miranda, Enrique Mirones, Rosa Mª Piquer, etc…

La orden cisterciense de la estrecha observancia, ha dado pasos en esa dirección, la apertura de las hospederías como lugares de encuentro y acogida a todos, el compartir el carisma con los laicos, con la creación de fraternidades laicas cistercienses, la extensión del principio de subsidiaridad en las comunidades (democratización), el salir de modelos de comunidades de observancias a comunidades de valores y hoy a comunidades de personas valiosas (Bernado Olivera), la renovación de la liturgia, dejando el latin y renovando lentamente y con tensiones los textos litúrgicos que puedan hoy generar lecturas machistas o violentas, la salida de modelos patriarcales y logocéntricos a modelos relacionales y que intentan integrar en igualdad la percepción femenina del mundo, con expresión de todo ello a nivel estructual: reuniones mixtas de los capítulos generales con la petición de un capítulo general mixto con la posibilidad de una abadesa general, aprobada en el 2005, que por ahora la Santa sede ha frenado.

En medio de este proceso, algunos monjes intentamos ahora llevar el monacato cisterciense a las ciudades, a la sociedad, creando redes de personas y comunidades, redes de corazones, que sientan y siembren la inquietud de la búsqueda espiritual e intuyen que es la espiritualidad la respuesta a la encrucijada de nuestro mundo. Por ahora, es una experiencia joven iniciada en el año 2008 con diversas actuaciones.

El primer paso en la experiencia fue el compartir durante un año la vida monástica viviendo en un Hogar para transeúntes en Madrid y con posterioridad hemos pedido vivir fuera de la comunidad difundiendo el carisma cisterciense viviendo en medio de la sociedad y en diálogo y aprendizaje con la misma y con la comunidad monástica madre, Huerta.

LA EMERGENCIA DE LA LA ESPIRITUALIDAD PARA EL MUNDO.

La principal intuición que nos sustenta es la necesidad que la actual situación nos manifiesta de dar una respuesta desde la espiritualidad a la crisis y al cambio en el que estamos sumergidos.
Espiritualidad que deje atrás modelos dualistas (mentales) o monistas (uniformadores) que han generado la crisis, para vivirse desde modelos de acogida y encuentro, basados en una visión pluralista y relacional de la realidad.

Redescubrir la espiritualidad de la Amistad que está en la base de la mística cisterciense y del proceso que estamos viviendo, ya que la búsqueda ha nacido y prosigue en un diálogo amistoso entre monjes que hoy quieren vivir el monacato de un modo nuevo y tradicional y laicos y laicas que quieren participar de él y aportar su visión.

Nuestra intuición es que la espiritualidad hoy debe ser una espiritualidad integral e integradora. Integral porque debe abarcar e integrar todas las dimensiones del ser humano, que para la antropología cisterciense son cuatro: la corporal, la psicológica, la espiritual y la social. Estas cuatro dimensiones están representadas por los cuatro lados de los claustros cistercienses, correspondiendo cada lado a un aspecto y debiendo el monje recorrerlos todos a lo largo del día y de la vida. En nuestra vida secular se trataría de integrar todas estas dimensiones, sin excluir ninguna, viviéndolas en nuestro contexto cotidiano.

Integradora porque ha de vivirse desde el encuentro con otros, desde el diálogo con otras experiencias, ya que hoy la complejidad de nuestro mundo no nos permite que una única respuesta sea la solución a nuestros problemas. De ahí que hoy los monjes con estas inquietudes queramos abrirnos al encuentro con todas las otras experiencias de búsqueda de la unificación personal que están gestándose en el mundo: (Raimon Panikkar)

Movimientos sociales alternativos que buscan modelos más inclusivos e integradores, nuevas espiritualidades, movimientos culturales que intentar superar la fragmentación logocéntrica, patrial y egoica de nuestro mundo: feminismo, ecologismo, pacifismo, terapias alternativas corporales, emocionales, humanistas, las místicas orientales y de otros carismas cristianos católicos o no….

Esta orientación nos ha llevado a entrar en contacto con esos mundos y a releer nuestra propia tradición cisterciense con las aportaciones que estos puntos de vista nos dan.
Intentamos estar presentes en estos ámbitos donde se gesta la nueva espiritualidad, aprender de ellos, aportando también nuestra tradición. En concreto nos hemos introducido en el zen, en la terapias de diversas escuelas, participamos en encuentros ecuménicos con otras comunidades cristianas, nos hemos comprometido en el trabajo con los transeúntes colaborando con la Asociación Jesús Caminante, apoyamos iniciativas sociales y eclesiales que intentan presentar alternativas a los modelos fragmentadores o uniformadores actuales: neoliberalismo, globalización, modelos uniformadores restauracionistas o modernistas eclesiales…

Difundimos a través de Talleres de espiritualidad un camino para vivir la espiritualidad monástica hoy de un modo nuevo y tradicional, uniendo a la metodología zen y la mística cisterciense, dando instrumentos y mapas para que los que sienten la necesidad de la unificación mediante la integración puedan ir dando su propias respuestas; no se trata de dar respuestas hechas sino de propiciar que cada uno aporte su experiencia y compartir juntos esta experiencia en grados de compromiso diversos y plurales.

La respuesta no es algo puramente subjetivo e interno, intentamos que sea con todo el ser y abarque todas las dimensiones de los que participamos: el compromiso ético y social, el compromiso comunitario además del compromiso con el propio camino y el propio ser.
El objetivo final es que los talleres culminen en la creación de comunidades, redes y personas comprometidas con la espiritualidad y con el mundo.

LA UTOPÍA QUE NOS MUEVE: LA CONVERGENCIA DEL MUNDO Y LA ESPIRITUALIDAD

La utopía que nos mueve es la encarnación de un nuevo estilo de monacato, abierto, plural, no exclusivo de los religiosos, que se revela como arquetipo presente en todo hombre y toda mujer y que puede hoy ser paradigma de la respuesta integradora que la complejidad de nuestro mundo busca.

Pensamos que los monasterios hoy deben ser lugares de encuentro y acogida, abiertos a todos los buscadores, a todos los dañados por la situación de complejidad y dolor del mundo que vivimos, buscadores que sólo encontrándose y abriéndose unos a otros podrán dar respuesta al enorme Koan que es la situación actual.

Y además, el monacato hoy debe descubrirse como un camino y una respuesta más allá del ámbito de las instituciones monásticas, necesitamos monjes laicos, redescubrir la dimensión monástica que todos tenemos, formándose estos buscadores en comunión con el monacato tradicional (el monacato es una experiencia que se transmite de unos a otros , no podemos cortar con las raíces) pero fuera de los límites de los claustros tradicionales; personas, colectivos que sean claustros vivientes, es decir, integrados e integradores, creadores de comunión y de espacios de acogida en el que todos podamos dar respuesta al koan que el mundo y nuestra vida nos presentan.

El monacato no es sólo una búsqueda y una pregunta que necesita ser respondida (¿Cómo lograr la integración de todo mi ser y de mi ser en toda la realidad hoy? ) sino que también es en sí mismo una respuesta: la apertura a Dios, al cosmos, al otro y a mí mismo; el camino de integración que recorremos para responder a ese koan es en sí mismo la respuesta, respuesta que no es otra que la experiencia mística de todos los tiempos y que hoy debemos vivir cada uno desde su peculiar situación y naturaleza.

Y es que hoy ya no valen respuestas en solitario, separados y aislados unos de otros vamos al desastre, hoy todos tenemos que dar nuestra respuesta. El monacato hoy también necesita la respuesta que los demás le den, necesita de todos para cumplir su función integradora. Les invito a descubrir que hoy el monacato es una dimensión de todos, una necesidad para todos y un camino a construir entre todos.

de José Antonio Vázquez

extraído de: Espiritualidad Cisterciense

 

El Proyecto de Cristianía

Cristianía es el nombre que Raimon Panikkar da a la experiencia mística cristiana, que está en el origen de la religión y  de la cultura laica de Occidente, integrándolas a ambas.

En sus orígenes, el monacato cristiano, un movimiento espiritual laico, que integraba lo religioso y lo secular en su perspectiva, sirvió de vehículo principal a la Cristianía.

Posteriormente, el monacato institucional fue decayendo,  una parte de la mística fue perseguida por la propia religión y  parte de sus herederos se convertirieron en enemigos de lo religioso, convirtiéndose algun@s también en padres y madres de la laicidad occidental.

La cristianía no es monopolio de la religión, pues una parte de esa experiencia mística se separó de la religión y se convirtió en una de las corrientes que fundaron la laicidad occidental moderna. Tampoco es monopolio de la laicidad pues ésta terminó rechazando toda espiritualidad.

En la verdadera experiencia de la Cristianía se integran la laicidad y la religión, sin fusionarse y sin rechazarse, de un modo no dual, que las transforma a ambas mediante un reencuentro mutuo, enriquecedor y respetuoso.

Cristianía, como proyecto, nace de esta experiencia de superación del conflicto entre laicidad y religión, y propone un camino de práctica espiritual integral que contenga instrumentos para promover, tanto la madurez humana como la espiritual,  en la sociedad, los grupos y las personas:

  • Con una perspectiva inclusiva, respetuosa tanto de la cultura y la espiritualidad  religiosa como de la secular.
  • Anclado en la tradición y sabiduría monástica cristiana (la vieja cristianía), abierta a tod@s.
  • Heredero de los valores del humanismo laico (la nueva cristianía).
  •  Primando el diálogo y  la vivencia intercultural, interreligiosa e interespiritual.
  • Centrado en el cuidado de la persona en su relación con ella misma, con los demás, con el Misterio y la naturaleza.
  • Basado en el autoconocimiento humilde.
  • La meditación amorosa contemplativa.
  • La escucha activa.
  • Y el compromiso ético, ecológico y social.
 cristiania