Vificación de la liturgia, a través de la hermenéutica, la ética política, el hermetismo y la Mística.

Una de las preocupaciones actuales en relación con la renovación de la espiritualidad cristiana es la escasa significatividad que caracteriza a la liturgia católica romana contemporánea, cada vez menos entendida y parece que con menos capacidad de transformación espiritual.

Creo que es cierta la dificultad que bastantes autores (p.e. Lenaers) señalan con el lenguaje litúrgico actual, al decir que la liturgia se expresa en términos exageradamente heterónomos y autoritarios, propios de un momento cultural diferente al nuestro, de modo que no es entendido por la mayoría (o peor es entendido erróneamente, reforzando ideas neuróticas o erróneas, que se hacen pasar por ortodoxas), perdiendo así su carácter simbólico y, con ello, su fuerza transformadora, pues no alcanza a representar bien la experiencia espiritual sana actual de quienes celebran.

Ahora bien, creo que sería un error reducir el problema solo a una cuestión de “antigüedad” del lenguaje (si bien pueda ser así en ocasiones) y creer solucionarlo simplemente cambiando el lenguaje por otro actual, a veces muy subjetivo, pues entonces olvidaríamos el otro componente del símbolo, base de la liturgia: la referencia al Misterio y su carácter más “dado” de lo alto que  construido.

Conscientes de la importancia de esta dimensión mistérica de la liturgia, y exagerándola sin entenderla realmente, se encuentran los tradicionalistas que creen que la referencia al Misterio se mantiene conservando, de modo arqueológico, los textos e incluso la lengua (latín) de la liturgia tradicional, entendiendo la Tradición, no como transmisión fiel y creativa, sino como conservación e inmovilismo, que mata las tradiciones pues las hace intransmisibles, muchas veces porque ya, quien así actúa, no las entiende realmente. Liturgias congeladas dejan de ser simbólicas para vivirse en el registro imaginario (que no imaginal), aquel que intenta evadirse de la realidad más que abrirse realmente a ella desde lo profundo. Es sin duda un gran regalo de vida que la liturgia hoy se exprese en las lenguas de todos los pueblos.

La hermenéutica (arte de interpretar, traducir) viene en nuestra ayuda para evitar los extremos de estas dos posturas, haciéndonos ver la importancia de nutrirse de la sabiduría de los símbolos recibidos (no solo creados) y, a la vez, la necesidad de encontrar equivalencias que les den vida en nuestra cultura actual, los equivalentes homeomórficos (que cumplen la misma función) adecuados. No se trata pues de sustituir (si bien en ocasiones sea bueno purificar determinados elementos espurios) sino de integrar y enriquecer con equivalencias culturales actuales (análogas) que permitan entender hoy la experiencia original.  Ahora bien, el símbolo no es totalmente inteligible a la razón, es necesario que nuestros símbolos no se conviertan en meras alegorías que solo remitan a componentes éticos o incluso ideológicos, deben estar abiertos al Misterio. Esto supone que no se pierdan elementos esenciales dados por la tradición e, incluso, que se puedan mantener palabras o expresiones en lenguas originales como el hebreo, el arameo, el griego o el latín, que simbolizan ese lazo con la tradición y los orígenes, la experiencia que siempre será referencia, pues es cuando se manifestó la novedad cristiana por primera vez y nos permite tomar conciencia de ella con más claridad para vivirla hoy.

La filosofía hermenéutica además nos ayuda a transcender nuestro racionalismo (un obstáculo para vivir los símbolos) haciéndonos tomar conciencia de cómo somos seres que habitamos en el lenguaje inevitablemente (no hay una realidad objetiva pura) y eso nos limita en nuestra capacidad de acceder al Misterio, a la realidad, salvo que ese lenguaje sea vivido metafóricamente, simbólicamente. Los símbolos son pues esenciales para liberarnos de una visión reduccionista, haciéndonos ver los límites de la razón y, a la vez, evitando que caigamos en el relativismo o escepticismo al señalar que los símbolos son una realidad objetiva (inconsciente colectivo, imaginal) que permiten salir de la prisión de la razón y el lenguaje literal hacia la realidad y el Misterio que los transciende.

La hermenéutica, sin embargo, se queda en el umbral de los símbolos, nos hace entender su importancia, pero no es capaz de salir nuestra mente para abrir el corazón a los símbolos. De esto se ha encargado tradicionalmente lo que en Occidente llamamos hermetismo o esoterismo. Jung ha señalado la sabiduría que estos caminos esotéricos tienen, si bien, interpretándolos en ambiguos términos psicológicos (en realidad son caminos espirituales). Otros autores como Henri Corbin, Rene Guenon y los perennialistas nos han mostrado el carácter espiritual de estos caminos esotéricos y su trascendencia. El esoterismo ha sido el encargado de iniciar en el mundo de los símbolos de modo vivencial, no solo teórico, caminos como la alquimia, la astrología, la teúrgia o la gnosis, han sido formas occidentales de abrir y transformar la conciencia para adquirir una conciencia simbólica viva. Algo que hoy nos falta en gran medida.

El hermetismo o esoterismo es una perspectiva espiritual que devuelve al ser humano su capacidad simbólica (su dignidad y el desarrollo de sus potencialidades más profundas, dirían los grandes humanistas del Renacimiento como Pico de la Mirandolla, Marsilio Ficino o Erasmo, todos ellos influidos fuertemente por el hermetismo). A través de los procesos iniciáticos esotéricos la persona salía de la mentalidad racionalista (mentalidad profana) a una nueva manera de ver la realidad que A. Faivre, discípulo de Henri Corbin, definía con 4 carácterísticas (mentalidad esotérica):

  • Mentalidad de las correspondencias (las realidades sensibles son reflejo de los arquetipos, los símbolos se hacen la base de lo real)
  • Visión pluridimensional y orgánica del cosmos (múltiples niveles de realidad, desde lo material a lo espiritual, interconectados).
  • Más importancia del mundo del imaginal, del mundo de los arquetipos colectivos, que del mundo sensible.
  • Búsqueda de una experiencia de transmutación, de integración de lo sensible y los arquetipos para lograr una conciencia que integre el mundo interno de los arquetipos y el mundo sensible ampliando y equilibrando nuestra manera de estar en la realidad.

El problema en Occidente es que las corrientes esotéricas occidentales están en un estado muy decaído y hasta deformado, como bien explicó Rene Guenon; lo más serio que se conserva son corrientes como la masonería, en un estado no operativo sino especulativo, es decir, que solo especula o reflexiona sobre los símbolos a un nivel ético, pero no tiene instrumentos de transformación profunda de las personas para abrirles al imaginal,  o bien, corrientes fragmentarias de residuos hermetismo, muchas veces, en forma muy degradada en diversos grupos que dicen ser esotéricos como el martinismo, rosacrucismo, etc… que, según Guenon, en realidad han perdido su carácter iniciático real y solo conservan el vinculo psicológico con las tradiciones a las que se refieren, en forma muchas veces muy fragmentaria o degradada. Hay que descartar los grupos claramente pseudoiniciáticos, que desconocen realmente qué es el esoterismo y lo han sustituido por teorías fantásticas (teosofismo p.e.), las corrientes comerciales de la new age o la adivinación y superticiones de todo tipo, o incluso grupos que podrían llamarse contrainiciáticos, de transmiten una espiritualidad invertida y maligna (sectas destructivas p. e.).

Es un panorama desolador que hace que muchos al oír hablar de hermetismo o esoterismo lo asimilen a esos grupos pseudoespirituales y tiendan a considerarlo algo sin interés. El esoterismo es, sin embargo, una perspectiva espiritual fundamental, que sin estar destinado a todos, tiene la función de abrir al mundo de los arquetipos de un modo vivencial y llevar a las personas a una vivencia que transciende la mentalidad materialista y racionalista habitual.

Es pues urgente que se puedan generar corrientes de esoterismo vivo y equilibrado, conscientes de que no son la experiencia espiritual más plena (esta es la mística o monacato) como, en general, tienden a creer por error los grupos esotéricos más serios de las corrientes tradicionales actuales, como los grupos guenonianos o schuonianos. El esoterismo tendría una misión importante, devolver el Alma y la capacidad simbólica a las personas capacitadas, y a la sociedad, para prepararlas a abrirse o a vivir en toda su profundidad la fe y a la mística, las experiencias espirituales más plenas.

Una de las misiones del monacato laico hoy debería ser ayudar a generar estos grupos, de un modo que desarrollen una conciencia de su misión de una forma equilibrada (sabiendo que el esoterismo no es el centro sino un ámbito interno pero intermedio en el camino espiritual) y se genere un camino que haga recuperar la dimensión simbólica más profunda. Para ello, y por ser una corriente espiritual, el esoterismo ha de reavivarse a partir de una “energía” o “bendición” espiritual, no por el propio esfuerzo voluntarista. Guenon proponía, a los que querían vivificar la espiritualidad esotérica de Occidente, que se iniciaran en corrientes esotéricas orientales que están vivas y, con esa iniciación viva, reavivaran de modo análogo lo que quedase y pudiesen entender del hermetismo occidental. En Cristianía, contamos con la bendición del encuentro con una corriente esotérica taoísta viva (el taoísmo es el esoterismo chino), a través de la relación  con discípulos directos de Peter Yang, que puede ayudarnos a intentar reavivar los restos sanos del hermetismo a los que podamos acceder. Tenemos además las aportaciones teóricas de Rene Guenon y otros estudiosos serios de estos temas, que entendemos hay que leer con sentido crítico. Por último, la perspectiva monástica o mística cristiana, de la que queremos ser herederos, nos ayudara a colocar el esoterismo en el lugar que se corresponde, a no atribuirle un lugar central final que no posee. Por ello, una de las iniciativas de nuestro grupo será el crear un grupo de estudios simbólicos y litúrgicos, una de cuyas misiones debería ser hacer algo en esa dirección.

El peligro de estas corrientes herméticas es quedarse en el universo de los arquetipos o “imaginal” (Henri Corbin) o acceder solo al Dios apofático impersonal, que es una imagen reduccionista del Dios vivo revelado en la tradición judeocristiana. Este Dios que nos revela el cristianismo como Amor activo se manifiesta en la historia, que se convierte en lugar de salvación y en una dimensión esencial a integrar en un camino espiritual, si no queremos caer en el intimismo y el narcisismo espiritual. La experiencia espiritual nos ha de llevar a la ética y esto incluye la política en sentido amplio, más que partidista. En la liturgia cristiana debe haber siempre un llamado ético y crítico. En nuestras liturgias han de estar presentes los valores éticos universales y también la referencia a los marginados, a los pobres, a los excluidos… por el sistema, si queremos hacer una liturgia verdaderamente cristiana y no esotérica o espiritualista simplemente.

Por último, necesitamos la presencia y la labor de los místicos y místicas, personas que vivan la experiencia viva de comunión con Dios, con la naturaleza y con los hermanos en Cristo. Una experiencia espiritual, la mística o monástica, que integra todas las anteriores (ética, hermenéutica, hermética, política, de fe) y las transcienden en una experiencia final que ya no es solo interna o individual sino también comunitaria, eclesial e histórica. Solo los místicos y las místicas pueden hacer esta labor de revivificación litúrgica sin romper con la tradición ni quedarse en el tradicionalismo, sin caer en el intimismo espiritualista esotérico ni en el moralismo activista. Creo que Thomas Merton es un ejemplo hoy de un místico que hizo esta labor con su propuesta de una liturgia de las horas renovada y tradicional, contemplativa y comprometida, que plasmó en un libro (el libro de las horas). Este es el modelo de liturgia  horas que queremos tener de referencia en Cristianía.

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