El olvido del Ser, fundamento de la religión burguesa

La difusión en Occidente de una espiritualidad formalista y moralista, impulsada muchas veces desde el seno de las iglesias, y asociada a la defensa de formas sociales autoritarias e injustas, dio lugar a lo que el teólogo Metz denominaba la “religión burguesa”, una enfermedad espiritual y social, que se ha ido apoderando del cristianismo, cuando es, en realidad, su caricatura manipulada: una religiosidad privatizada e intimista al servicio de los ideales conformistas de los acomodados.

Esta “religión burguesa” no fue una enfermedad que afectó solo a ciertos cristianos poco comprometidos, pues, por desgracia sigue siendo, muchas veces, la sensibilidad dominante en el seno de algunas comunidades de las iglesias occidentales, también en sus grupos aparentemente más comprometidos, desde los más activos (centrados, a veces,  más en la propaganda casi con técnicas de marketing que en la promoción de la dignidad humana) a los más contemplativos (refugiados, en ocasiones, en una vida reducida a la oración, que es una evasión de la vida real y un descompromiso con los desfavorecidos).

El Concilio Vaticano II tomó conciencia de esta enfermedad en el seno de la iglesia católica e intentó poner remedio a la situación, volviendo a la experiencia cristiana de los orígenes actualizada hoy, a la religión mesiánica o humanamente liberadora que el cristianismo es. Se animó a una “desclericalización” de la iglesia, para recuperar el valor de la koinonía (comunión y fraternidad) y el verdadero sentido del ministerio sacerdotal (al servicio de la comunión), se recuperó la dimensión social y liberadora del mensaje de Jesús, su opción por la defensa de la dignidad de la persona y de la justicia, con y desde los marginados;  se buscó desideologizar el anuncio del mensaje, para redescubrir la experiencia espiritual que fundamenta la doctrina, se volvió pues a intentar que la mística fuera el centro del mensaje. Una mística de los ojos abiertos, solidaria, encarnada que llevara a una perspectiva universal, al diálogo interreligioso e intercultural, fundamento de la paz desde la justicia y el amor.

Con el Papa Francisco se ha recuperado y actualizado este proceso iniciado en el Vaticano II, obstaculizado por grupos ultraconservadores muy agresivos, protegidos durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El papa Francisco se ha desvinculado de esos grupos y ha continuado la línea de reforma del Vaticano II, incluyendo ahora con más fuerza la preocupación ecológica y social, pero todavía queda mucho por hacer: Es indignante la situación de discriminación de la mujer dentro de la iglesia, el laicado sigue privado de su protagonismo con muy poca influencia real en la estructura de la institución, la insuficiente garantía de los derechos humanos dentro  de la institución ha favorecido los abusos espirituales (abusos de poder manipulando la conciencia) y sexuales dentro de la misma (muchos avisan de que solo estamos conociendo la punta del iceberg), lo que reclama una verdadera reforma estructural, hay que sanear también el discurso teológico y moral en puntos como la sexualidad, liberándolo de prejuicios sexófobos, homófobos y misóginos que  siguen presentes en no pocas ocasiones en la cultura eclesial…

La religión burguesa sigue estando muy presente en el seno de la institución, por lo que, para sostener toda la labor de reforma y saneamiento urgente, necesitamos una fundamentación muy fuerte en una experiencia espiritual auténtica. Santa Teresa de Jesús decía que son los frutos de amor, los que nos muestran si una experiencia espiritual es auténtica o no. Amor afectivo y efectivo diría San Bernardo de Claraval. Una mística de los ojos abiertos decía Metz.

Ya K. Rahner lo intuyó hace tiempo al decir que el cristiano del siglo XXI será místico o no será (frase que él escuchó a Raimon Panikkar).

Martin Velasco ha señalado como la Mística es una experiencia que se basa en el encuentro con el Misterio transcendente (de ahí deriva su nombre), en lo más profundo de la inmanencia, en el interior del mundo humano. Transcendencia hace referencia a algo abierto, algo que no está cerrado (inmanente), por ello, la mística entiende el encuentro con el Misterio como una experiencia que no está encerrada en la mente, es decir, que nos lleva al encuentro con el Ser,  con Dios para los cristianos. Por eso, la experiencia mística se realiza a través del amor, no del intelecto, incluye una dimensión cognitiva (presente siempre en el amor) pero la transciende, no se reduce todo a un cambio de conciencia, sino a una transformación del ser, una unión por el amor del ser humano con el ser divino y con toda la realidad, sin fusión ni separación.

La mística remite al Ser, a una realidad que transciende la conciencia (incluso la conciencia suprarracional), busca la unión respetando la alteridad. El gnosticismo, que es la enfermedad de la espiritualidad, remite solo a la conciencia, pues reduce todo lo real a la conciencia, una conciencia, así, encerrada en sí misma, inmanente pues, y no transcendente, que no considera real lo que está más allá de ella (el otro, la alteridad).

La mística remite a un camino espiritual integral que incluye y valora el cuerpo, las emociones, el cultivo de la razón, la contemplación, el compromiso ético personal, interpersonal y social en el encuentro con el Misterio, pues respeta la alteridad de cada ámbito en la unidad. Busca la unificación por integración. El gnosticismo tiende a focalizar, todo el camino espiritual, fundamentalmente, en la práctica de la meditación contemplativa buscando una iluminación que lo libere de la supuesta “ilusión” de la alteridad; el gnosticismo reduce la realidad de los otros y del Misterio, al negar su alteridad, encerrándose en una “gran” conciencia autocentrada, que pretende subsistir por sí misma y ser lo único real. El gnosticismo busca la unificación negando la alteridad y admitiendo solo una única realidad: la conciencia, que en esta visión es inmanente (encerrada en sí misma, pues no reconoce la plena realidad de lo que no es ella). Es la dictadura de la unidad frente a la pluralidad. La salvación- realización se logra, así, por el conocimiento (un conocimiento suprarracional) no por el amor, de ahí, el nombre de esta enfermedad espiritual: gnosticismo, de gnosis (conocimiento) como ha señalado Hans Jonas, experto en gnosticismo.

La mística al situar el fundamento de lo real en el Ser y no en la conciencia, sostiene una visión antropológica que prima la libertad sobre el intelecto. La libertad entendida como libertad ontológica, como apertura del ser humano al Ser (capax Dei, decía San Agustín, capacidad de abrirse y unirse al Ser), más que como libertad operativa (capacidad de elegir).

La tradición judeocristiana se caracteriza por esta visión que da primacía al Ser, siguiendo la revelación de Dios a Moisés como: “yo soy el que soy”. El Ser, en la síntesis que hizo Santo Tomas de la mística cristiana y la sabiduría filosófica, está más allá de la conciencia, es el acto de todos los actos (el fundamento de lo real), es transcendente (abierto, relacional) y analógico (se expresa de modo plural sin perder una dimensión común en todas sus expresiones). Está más allá de la esencia (la dimensión referida a la conciencia, no es una realidad abstracta) y de la existencia (el ser determinado). La nota que caracteriza a este fundamento de todo es precisamente ser, es decir, aparecer fuera de la nada. Esta sería su caracterización desde una perspectiva objetiva, desde una perspectiva subjetiva o interna (hablando analógicamente) su nota fundamental es la libertad, cuya plenitud es el amor. Como dice San Juan Dios es Amor”, el Ser en su interior es amor, comunión, relación. De ahí que la mística considere a la libertad- voluntad como la facultad superior del ser humano, que integra y dirige a las otras y al amor (unión real del ente y el Ser) como la perfección del ser humano y de todo lo real. El gnosticismo tiende, sin embargo, a poner al intelecto como la facultad primera del ser humano (Santo Tomas también consideraba que el intelecto era la primera facultad pero solo desde la perspectiva constitutiva o esencial- relacionada con la dimensión intelectual de lo real- pero no desde la perspectiva dinámica de lo real, que es la más plena, pues se relaciona con el alcanzar los entes sus fines, es decir, con su perfeccionamiento, es la dimensión existencial y la más importante, y en ella prima para Santo Tomas la voluntad).

Señala Hans Jonas que el gnosticismo como principio siempre ha estado presente en el seno del cristianismo, acompañando a la mística y, en ocasiones, confundiéndose con ella. Ya Heidegger denunció el “olvido del ser” en la filosofía occidental, lo que podríamos entender como la contaminación gnóstica en parte del pensamiento occidental.

Para Cornelio Fabro, experto en la filosofía de Santo Tomas, es la propia filosofía escolástica medieval la que olvidándose de la importancia del Ser en Santo Tomas, evoluciona hacia posiciones que él denomina “esencialistas” o “formalistas”, que identifican al Ser con el “Ser esencial”, una esencia que es subsistente, es decir, con una Conciencia (la esencia hace referencia siempre a la dimensión intelectual) que existe por sí misma, regresando así a la visión gnosticista. Ya en la Edad Media las corrientes místicas van a criticar esta visión “intelectualista”, quizá el ejemplo más conocido es la crítica de San Bernardo de Claraval a Abelardo, un escolástico del momento con posiciones intelectualistas o su oposición a los cátaros, corriente espiritual abiertamente gnosticista.

Los humanistas del Renacimiento intentaron sanear este intelectualismo escolástico de la Edad Media ya decadente. Este humanismo recuperó la importancia de la libertad en la antropología humana, pero al apoyarse en la filosofía neoplatónica o hermética, en el esoterismo más que en la mística, no consiguieron regresar a la primacía del Ser, pues estas filosofías y espiritualidades eran representantes de una perspectiva intelectualista y no realista, no daban primacía al Ser sino a la Conciencia.

La modernidad nació así con una doble fuente espiritual: una fuente más sana vinculada con la mística cristiana que alimenta la revalorización del ser humano y su libertad y una fuente gnosticista, que dio lugar a las visiones racionalistas, idealistas, y por reacción, empiristas y materialistas, hasta llega al nihilismo, la tecnocracia y al capitalismo radical que vivimos, y que parece caminar hacia el transhumanismo deshumanizado.

Fue Hans Jonas quien ha vinculado la cultura y sociedad antiecológica, patriarcal, logocéntrica, mentalista e individualista que parece dominar occidente, con la influencia del intelectualismo gnóstico.

Caminar hacia una cultura y sociedad más ecológicas, más justas, menos patriarcales, menos logocéntricas y más integrales supone recuperar la mística del Ser, la libertad y el amor, y para ello, la aportación del cristianismo es esencial. Salir del inmanentismo (el encerramiento en la conciencia como única realidad) hacia la transcendencia, la apertura más allá de nosotros mismos hacia el Otro y los otros, respetando su alteridad y su comunión con nosotros es la verdadera espiritualidad no-dual, trinitaria, mística.

Hoy corremos el riesgo de querer salir de la “religiosidad burguesa” por medio de una “espiritualidad gnosticista”, que olvida el Ser o lo identifica con la conciencia. Una espiritualidad que dice ser «esotérica», transreligiosa o metarreligiosa, creyendo que así está más allá de la religión burguesa y que, en realidad, es otra cristalización más de la misma enfermedad.

Filósofos judíos como Levinas o Jonas han visto en este gnosticismo, que niega la alteridad y el Ser transcente, el error que conlleva unas consecuencias éticas graves (estaría en la base que terminó llevando al nazismo, una ideología que negó al otro su valor central). Como decía Santo Tomas: “parvus error in principio, magnus est in fine”. La reducción del Otro a ser solo una expresión de la conciencia supone fácilmente el descompromiso con el cuidado de la dignidad humana y el sentimiento de responsabilidad para con él. Si solo es importante la conciencia, que es la que nos salva, lo importante puede terminar siendo solo llevar a los demás a una experiencia de iluminación de la conciencia y no tanto el cuidado en la historia, más allá de la conciencia o la interioridad, de la justicia y la dignidad.

 Sin ética y compasión la iluminación es una ilusión y, para que haya ética, el otro debe ser real, la realidad debe fundamentarse en el Ser transcendente que está más allá de la conciencia. Si solo hay conciencia, el otro desaparece engullido por una espiritualidad narcisista, que no reconoce al otro su alteridad sagrada.

Vificación de la liturgia, a través de la hermenéutica, la ética política, el hermetismo y la Mística.

Una de las preocupaciones actuales en relación con la renovación de la espiritualidad cristiana es la escasa significatividad que caracteriza a la liturgia católica romana contemporánea, cada vez menos entendida y parece que con menos capacidad de transformación espiritual.

Creo que es cierta la dificultad que bastantes autores (p.e. Lenaers) señalan con el lenguaje litúrgico actual, al decir que la liturgia se expresa en términos exageradamente heterónomos y autoritarios, propios de un momento cultural diferente al nuestro, de modo que no es entendido por la mayoría (o peor es entendido erróneamente, reforzando ideas neuróticas o erróneas, que se hacen pasar por ortodoxas), perdiendo así su carácter simbólico y, con ello, su fuerza transformadora, pues no alcanza a representar bien la experiencia espiritual sana actual de quienes celebran.

Ahora bien, creo que sería un error reducir el problema solo a una cuestión de “antigüedad” del lenguaje (si bien pueda ser así en ocasiones) y creer solucionarlo simplemente cambiando el lenguaje por otro actual, a veces muy subjetivo, pues entonces olvidaríamos el otro componente del símbolo, base de la liturgia: la referencia al Misterio y su carácter más “dado” de lo alto que  construido.

Conscientes de la importancia de esta dimensión mistérica de la liturgia, y exagerándola sin entenderla realmente, se encuentran los tradicionalistas que creen que la referencia al Misterio se mantiene conservando, de modo arqueológico, los textos e incluso la lengua (latín) de la liturgia tradicional, entendiendo la Tradición, no como transmisión fiel y creativa, sino como conservación e inmovilismo, que mata las tradiciones pues las hace intransmisibles, muchas veces porque ya, quien así actúa, no las entiende realmente. Liturgias congeladas dejan de ser simbólicas para vivirse en el registro imaginario (que no imaginal), aquel que intenta evadirse de la realidad más que abrirse realmente a ella desde lo profundo. Es sin duda un gran regalo de vida que la liturgia hoy se exprese en las lenguas de todos los pueblos.

La hermenéutica (arte de interpretar, traducir) viene en nuestra ayuda para evitar los extremos de estas dos posturas, haciéndonos ver la importancia de nutrirse de la sabiduría de los símbolos recibidos (no solo creados) y, a la vez, la necesidad de encontrar equivalencias que les den vida en nuestra cultura actual, los equivalentes homeomórficos (que cumplen la misma función) adecuados. No se trata pues de sustituir (si bien en ocasiones sea bueno purificar determinados elementos espurios) sino de integrar y enriquecer con equivalencias culturales actuales (análogas) que permitan entender hoy la experiencia original.  Ahora bien, el símbolo no es totalmente inteligible a la razón, es necesario que nuestros símbolos no se conviertan en meras alegorías que solo remitan a componentes éticos o incluso ideológicos, deben estar abiertos al Misterio. Esto supone que no se pierdan elementos esenciales dados por la tradición e, incluso, que se puedan mantener palabras o expresiones en lenguas originales como el hebreo, el arameo, el griego o el latín, que simbolizan ese lazo con la tradición y los orígenes, la experiencia que siempre será referencia, pues es cuando se manifestó la novedad cristiana por primera vez y nos permite tomar conciencia de ella con más claridad para vivirla hoy.

La filosofía hermenéutica además nos ayuda a transcender nuestro racionalismo (un obstáculo para vivir los símbolos) haciéndonos tomar conciencia de cómo somos seres que habitamos en el lenguaje inevitablemente (no hay una realidad objetiva pura) y eso nos limita en nuestra capacidad de acceder al Misterio, a la realidad, salvo que ese lenguaje sea vivido metafóricamente, simbólicamente. Los símbolos son pues esenciales para liberarnos de una visión reduccionista, haciéndonos ver los límites de la razón y, a la vez, evitando que caigamos en el relativismo o escepticismo al señalar que los símbolos son una realidad objetiva (inconsciente colectivo, imaginal) que permiten salir de la prisión de la razón y el lenguaje literal hacia la realidad y el Misterio que los transciende.

La hermenéutica, sin embargo, se queda en el umbral de los símbolos, nos hace entender su importancia, pero no es capaz de salir nuestra mente para abrir el corazón a los símbolos. De esto se ha encargado tradicionalmente lo que en Occidente llamamos hermetismo o esoterismo. Jung ha señalado la sabiduría que estos caminos esotéricos tienen, si bien, interpretándolos en ambiguos términos psicológicos (en realidad son caminos espirituales). Otros autores como Henri Corbin, Rene Guenon y los perennialistas nos han mostrado el carácter espiritual de estos caminos esotéricos y su trascendencia. El esoterismo ha sido el encargado de iniciar en el mundo de los símbolos de modo vivencial, no solo teórico, caminos como la alquimia, la astrología, la teúrgia o la gnosis, han sido formas occidentales de abrir y transformar la conciencia para adquirir una conciencia simbólica viva. Algo que hoy nos falta en gran medida.

El hermetismo o esoterismo es una perspectiva espiritual que devuelve al ser humano su capacidad simbólica (su dignidad y el desarrollo de sus potencialidades más profundas, dirían los grandes humanistas del Renacimiento como Pico de la Mirandolla, Marsilio Ficino o Erasmo, todos ellos influidos fuertemente por el hermetismo). A través de los procesos iniciáticos esotéricos la persona salía de la mentalidad racionalista (mentalidad profana) a una nueva manera de ver la realidad que A. Faivre, discípulo de Henri Corbin, definía con 4 carácterísticas (mentalidad esotérica):

  • Mentalidad de las correspondencias (las realidades sensibles son reflejo de los arquetipos, los símbolos se hacen la base de lo real)
  • Visión pluridimensional y orgánica del cosmos (múltiples niveles de realidad, desde lo material a lo espiritual, interconectados).
  • Más importancia del mundo del imaginal, del mundo de los arquetipos colectivos, que del mundo sensible.
  • Búsqueda de una experiencia de transmutación, de integración de lo sensible y los arquetipos para lograr una conciencia que integre el mundo interno de los arquetipos y el mundo sensible ampliando y equilibrando nuestra manera de estar en la realidad.

El problema en Occidente es que las corrientes esotéricas occidentales están en un estado muy decaído y hasta deformado, como bien explicó Rene Guenon; lo más serio que se conserva son corrientes como la masonería, en un estado no operativo sino especulativo, es decir, que solo especula o reflexiona sobre los símbolos a un nivel ético, pero no tiene instrumentos de transformación profunda de las personas para abrirles al imaginal,  o bien, corrientes fragmentarias de residuos hermetismo, muchas veces, en forma muy degradada en diversos grupos que dicen ser esotéricos como el martinismo, rosacrucismo, etc… que, según Guenon, en realidad han perdido su carácter iniciático real y solo conservan el vinculo psicológico con las tradiciones a las que se refieren, en forma muchas veces muy fragmentaria o degradada. Hay que descartar los grupos claramente pseudoiniciáticos, que desconocen realmente qué es el esoterismo y lo han sustituido por teorías fantásticas (teosofismo p.e.), las corrientes comerciales de la new age o la adivinación y superticiones de todo tipo, o incluso grupos que podrían llamarse contrainiciáticos, de transmiten una espiritualidad invertida y maligna (sectas destructivas p. e.).

Es un panorama desolador que hace que muchos al oír hablar de hermetismo o esoterismo lo asimilen a esos grupos pseudoespirituales y tiendan a considerarlo algo sin interés. El esoterismo es, sin embargo, una perspectiva espiritual fundamental, que sin estar destinado a todos, tiene la función de abrir al mundo de los arquetipos de un modo vivencial y llevar a las personas a una vivencia que transciende la mentalidad materialista y racionalista habitual.

Es pues urgente que se puedan generar corrientes de esoterismo vivo y equilibrado, conscientes de que no son la experiencia espiritual más plena (esta es la mística o monacato) como, en general, tienden a creer por error los grupos esotéricos más serios de las corrientes tradicionales actuales, como los grupos guenonianos o schuonianos. El esoterismo tendría una misión importante, devolver el Alma y la capacidad simbólica a las personas capacitadas, y a la sociedad, para prepararlas a abrirse o a vivir en toda su profundidad la fe y a la mística, las experiencias espirituales más plenas.

Una de las misiones del monacato laico hoy debería ser ayudar a generar estos grupos, de un modo que desarrollen una conciencia de su misión de una forma equilibrada (sabiendo que el esoterismo no es el centro sino un ámbito interno pero intermedio en el camino espiritual) y se genere un camino que haga recuperar la dimensión simbólica más profunda. Para ello, y por ser una corriente espiritual, el esoterismo ha de reavivarse a partir de una “energía” o “bendición” espiritual, no por el propio esfuerzo voluntarista. Guenon proponía, a los que querían vivificar la espiritualidad esotérica de Occidente, que se iniciaran en corrientes esotéricas orientales que están vivas y, con esa iniciación viva, reavivaran de modo análogo lo que quedase y pudiesen entender del hermetismo occidental. En Cristianía, contamos con la bendición del encuentro con una corriente esotérica taoísta viva (el taoísmo es el esoterismo chino), a través de la relación  con discípulos directos de Peter Yang, que puede ayudarnos a intentar reavivar los restos sanos del hermetismo a los que podamos acceder. Tenemos además las aportaciones teóricas de Rene Guenon y otros estudiosos serios de estos temas, que entendemos hay que leer con sentido crítico. Por último, la perspectiva monástica o mística cristiana, de la que queremos ser herederos, nos ayudara a colocar el esoterismo en el lugar que se corresponde, a no atribuirle un lugar central final que no posee. Por ello, una de las iniciativas de nuestro grupo será el crear un grupo de estudios simbólicos y litúrgicos, una de cuyas misiones debería ser hacer algo en esa dirección.

El peligro de estas corrientes herméticas es quedarse en el universo de los arquetipos o “imaginal” (Henri Corbin) o acceder solo al Dios apofático impersonal, que es una imagen reduccionista del Dios vivo revelado en la tradición judeocristiana. Este Dios que nos revela el cristianismo como Amor activo se manifiesta en la historia, que se convierte en lugar de salvación y en una dimensión esencial a integrar en un camino espiritual, si no queremos caer en el intimismo y el narcisismo espiritual. La experiencia espiritual nos ha de llevar a la ética y esto incluye la política en sentido amplio, más que partidista. En la liturgia cristiana debe haber siempre un llamado ético y crítico. En nuestras liturgias han de estar presentes los valores éticos universales y también la referencia a los marginados, a los pobres, a los excluidos… por el sistema, si queremos hacer una liturgia verdaderamente cristiana y no esotérica o espiritualista simplemente.

Por último, necesitamos la presencia y la labor de los místicos y místicas, personas que vivan la experiencia viva de comunión con Dios, con la naturaleza y con los hermanos en Cristo. Una experiencia espiritual, la mística o monástica, que integra todas las anteriores (ética, hermenéutica, hermética, política, de fe) y las transcienden en una experiencia final que ya no es solo interna o individual sino también comunitaria, eclesial e histórica. Solo los místicos y las místicas pueden hacer esta labor de revivificación litúrgica sin romper con la tradición ni quedarse en el tradicionalismo, sin caer en el intimismo espiritualista esotérico ni en el moralismo activista. Creo que Thomas Merton es un ejemplo hoy de un místico que hizo esta labor con su propuesta de una liturgia de las horas renovada y tradicional, contemplativa y comprometida, que plasmó en un libro (el libro de las horas). Este es el modelo de liturgia  horas que queremos tener de referencia en Cristianía.

EL PELIGRO ÉTICO DE UNA VISIÓN PSEUDONODUAL DE JESUCRISTO

 

cristo sacerdote

Hace tiempo que se está difundiendo en los ambientes cristianos progresistas una supuesta perspectiva nodual de Jesucristo, que en realidad es una visión espiritual de tipo  monista o una “pseudonodualidad” que puede deformar el misterio cristiano, como ya he señalado en otras ocasiones.

 
Un discurso éste de la pseudonodualidad, que creo es superficial, muy influido por la perspectiva de la nueva era y el neoadvaita- corriente muy cuestionada por el advaita tradicional-, que puede tener consecuencias éticas y espirituales negativas.

 
Desde estas visiones que son difundidas por algunos teólogos y nuevos maestros espirituales reputados en algunos ambientes progresistas cristianos y postcristianos, se insiste en tres puntos:

 
Jesús solo es una encarnación más  de Dios, no es un mediador único y universal como ha venido sosteniendo el cristianismo.

 

La Revelación de Jesús nos muestra lo que ya somos todos, no supone pues un acontecimiento singular de irrupción de la Gracia en la historia, solo es un símbolo de una realidad que todos ya poseemos. De modo que, o bien, la Gracia no es necesaria, pues todos ya somos perfectos- solo que no lo sabemos-, o bien, la Gracia no necesita, para actualizarse en nosotros, del encuentro en la historia con un acontecimiento salvífico, que para los cristianos es Cristo, continuado en la Iglesia. Cristo simplemente nos da un ejemplo moral como decía Pelagio o Pedro Abelardo.

 
– Por último, se dice que la dimensión religiosa del cristianismo solo es un momento evolutivo del mismo, al que le toca desaparecer, pues correspondería a una etapa evolutiva superada. La religión no se considera una dimensión constitutiva del ser humano, sino que se reduce a una forma social e institucional de vivir la espiritualidad y no hace referencia a una experiencia humana esencial, que necesita de esa forma social e institucional, pero no se reduce a ella.

 
Creo que este discurso intenta oponerse a perspectivas cristianas fundamentalistas (que creen que el cristianismo no puede ser reformado, confundiendo formas religiosas superadas con la tradición cristiana) y a concepciones cristológicas exclusivistas o eclesiocéntricas , que llevan a un insostenible imperialismo religioso cristiano, pues excluye la existencia de verdad y santidad fuera del cristianismo. Se intenta pues evitar el reduccionismo de ciertos literalismos y fundamentalismos cristianos.

 

 

Ahora bien, el discurso pseudonodual, por su tendencia monista, es incapaz de expresar sin reduccionismos el misterio nodual de Cristo. El monismo pseudonodual tiende a reducir a Cristo a su dimensión humana (no necesidad de la Gracia) o a su dimensión divina (no necesidad de singularidad histórica de Jesús), sin poder mantener ambos polos, plenamente reales, sin enfrentarlos ni fusionarlos. Cualquiera de estos reduccionismos termina llevando antes o después a formas de narcisismo y de enfermedad espiritual.

 
Veamos algunos ejemplos, de las consecuencias de las afirmaciones de esta corriente:

 
1) Si se niega la posibilidad de una revelación definitiva y plena en la historia, en el fondo, se asume un concepto evolucionista radical de la historia (que cree que no hay nada con valor  permanente en la historia).

 

No habría realidades en el tiempo que transcienden la historia y son permanentes, como lo sería el acontecimiento de Cristo. La realidad de la historia (y de la humanidad) queda así disminuida, no hay en ella nada estable, que pueda darle un sentido y una orientación.

 

El sentido (lo valioso) y lo permanente está separado de la historia. Hay que salir de la historia y de lo humano corriente, para encontrarse con lo transcendente. Una idea radicalmente diferente del concepto de Salvación en la historia del cristianismo, que es un concepto plenamente no dual al que Raimon Panikkar llamaba la tempiternidad, que supone tomar conciencia de que la eternidad y el tiempo son ambos reales y están en relación. La historia y la humanidad son dimensiones reales y permanentes, pues, aunque cambien en su superficie.

 
Bajo esta idea de que no es posible una revelación definitiva en la historia se encuentra la concepción del monismo pseudonodual del carácter ilusorio (nada hay permanente en ella, lo real supone que algo permanece) de la historia, algo que la verdadera nodualidad no comparte (Maharshi, maestro de la nodualidad, ya señaló que el mundo era real para la verdadera nodualidad). Podemos descubrir en esta perspectiva pseudonodual una tendencia gnóstica ajena a la verdadera nodualidad.

 
Si la historia es una ilusión, en último término, y todo es evolutivo (cambio constante, nada con valor permanente), podemos llegar a justificar el mal, como una simple fase evolutiva necesaria para llegar a la siguiente etapa. No habría valores intemporales como los valores éticos. El ser humano no tendría una naturaleza más allá de la evolución, de modo, que podría ser sacrificado para dar el siguiente paso evolutivo: las maquinas o los ciborgs. Las consecuencias éticas de todo esto son muy graves.

 
Si consideramos que en la propia historia se dan valores permanentes, el hablar de la revelación de Cristo como una revelación definitiva para los cristianos no supone ningún imperialismo ni autoritarismo, al contrario, es el modo de evitar el imperialismo del relativismo moral al que lleva el afirmar que en la historia no puede darse nada permanente. Es una afirmación que salva la perennidad de los valores del relativismo del evolucionismo extremo. La realización de esos valores sí puede ir cambiando con el tiempo pero lo esencial de los mismos no cambiaría.

 
Ahora bien, hablar del carácter absoluto del acontecimiento de Cristo, no supone decir que los cristianos conozcan plenamente ese Misterio (o tengan el monopolio sobre él), no se anula pues, con esta afirmación, la necesidad de diálogo con otras tradiciones para conocer el “Cristo desconocido presente en ellas”, ni se dice que el cristianismo histórico concreto sea “mejor” que otras religiones, solo se afirma la necesidad de la iglesia y del cristianismo para dar testimonio del Misterio de Cristo.

 

 

Esta universalidad y unicidad del acontecimiento de Cristo no es exclusivista (no niega la verdad de otros caminos) ni inclusivista radical (creer que el cristianismo ya sabe todo lo que los otros caminos pueden enseñarle) sino relacional, el cristianismo cree que está llamado a poner en relación con el acontecimiento de Cristo todas las otras realidades, lo cual, fundamenta el diálogo y aprendizaje de los otros caminos espirituales, así como sigue manteniendo la necesidad de la misión y evangelización desde esta perspectiva dialogal y de servicio y aprendizaje mutuo.

 
2) Otra consecuencia de esta tendencia gnosticista y evolucionista, que disminuye el valor de la historia, sería la idea de que no es necesaria la entrada de la Gracia en la historia. Es decir, que Cristo no es origen de la Gracia salvífica, sino simplemente un maestro moral o espiritual. Surge así una tendencia pelagiana en esta visión.

 
El pseudonodualismo tiende a negar la profundidad del mal, que suele ser relativizado. Todo está ya bien (todos somos ya Cristo dirán) y lo único que hay que hacer es tomar conciencia de ello. La banalización del mal que supone el no tomar conciencia de su profundidad, relativizándolo o negándolo, lleva de nuevo a una debilidad ética en esta perspectiva, pues favorece el descompromiso en combatir ese mal.

 
Si tomamos conciencia de que el mal nos ha herido en nuestro mismo interior ( la profundidad de la realidad del mal en nosotros, sin banalizarlo), es comprensible la necesidad de la Gracia, pues no podemos contar solo con las propias fuerzas, para poder responsabilizarse del cuidado del bien.

 
Un mundo que cree ser ya perfecto, no necesitado de la Gracia, en el fondo es un mundo que termina responsabilizando a los que sufren de su desgracia, pues el sufrimiento será siempre responsabilidad de las víctimas (que viven en la ignorancia) en un mundo supuestamente perfecto. De ahí, que en el discurso “pseudonodual” se pueda llegar a decir que “lo que viene, conviene”.

 
3) Por último, es precisamente de esa misma visión evolucionista radical que aqueja al pseudonodualismo monista de donde nace la creencia de que la religión es una mera fase evolutiva llamada a desaparecer.

 
La fenomenología de la religión enseña que la dimensión religiosa es una dimensión humana constitutiva, una invariante antropológica, si bien el modo como se viva esta dimensión puede ser diverso.

 
La experiencia religiosa supone la apertura a un Misterio transcendente que se revela a través de una mediación o hierofanía. De ahí, que la religión tenga una dimensión social e institucional, pero no pueda ser reducida a ella, como hace el pseudonodualismo al identificar la religión con los ritos sociales, los dogmas o las instituciones, olvidando la experiencia espiritual que los sustenta.

 
La religión no consiste simplemente en las instituciones que llevan ese nombre sino en una dimensión que se da en toda experiencia  espiritual profunda y auténtica y que necesita de manifestaciones externas (mediaciones) pero no se limita a ellas.

 
Incluso la espiritualidad laica, que prescinde de su vinculación con instituciones religiosas, cuando profundiza tiene una dimensión religiosa, pues experimenta una apertura a una transcendencia a través de una mediación, generalmente la propia vivencia personal o grupal.

 
El cristianismo si quiere mantener su carácter de experiencia espiritual profunda no puede perder su carácter religioso (su apertura a una transcendencia a través de una hierofanía), entendido en este sentido. La institución está al servicio de esta dimensión religiosa pero esa dimensión es más que la institución religiosa.

 
Como se diría en el cristianismo, la iglesia (expresión religiosa de la experiencia espiritual cristiana) es más que la iglesia visible e institucional pero ésta es necesaria, pues sin esa dimensión institucional, la iglesia sería incompleta. Otra cosa es que estas instituciones deban ser reformadas, algo que seguramente es muy necesario hoy en día.

 
Cristo mismo en el Evangelio señala la necesidad del bautismo para la salvación, nos pide la celebración de la eucaristía y la predicación del evangelio, dando testimonio con palabras y obras al servicio de los seres humanos. Es decir, señala la necesidad de la Iglesia (mediación religiosa), cuya forma institucional puede variar dentro de unos márgenes (la fidelidad a Jesús).

 
La pseudonodualidad parece promover un cristianismo meramente interior, ya no religioso (vinculado a unas mediaciones) basado en la pura experiencia personal. Es una propuesta que puede llevar a formas de narcisismo espiritual y descompromiso muy notables.

 
Sería un cristianismo que parece bastante alejado de la propuesta de Cristo en el Evangelio, que enfatiza el encuentro con el Misterio a través del encuentro con Dios y los otros en la historia, es decir, a través de mediaciones; experiencia que incluye una dimensión interior pero no se reduce a la propia subjetividad, ni identifica la propia experiencia espiritual personal con la experiencia de la verdad.

 
La verdadera espiritualidad profunda es una experiencia que siempre se vive con humildad (siendo consciente siempre de la limitación de mi experiencia espiritual por muy elevada que sea) y obediencia, es decir, escucha y servicio a las mediaciones que se presentan en la historia, más allá de mi mismo. Es decir, se vive siempre con una dimensión religiosa.

Pensamiento Crítico, Espiritualidad y Democracia

PENSAR Y ESTAR COMPLETAMENTE VIVO SON LO

Desde ciertos discursos espirituales que se están poniendo de moda en nuestra época se nos lanza una continua llamada a “no juzgar” y a desconfiar del pensamiento. Pareciera que un signo de que alguien tiene una “experiencia espiritual” es que ya no necesita argumentar sus posiciones, simplemente las afirma desde su experiencia y está más allá del pensar, por lo que considera que quien emite juicios críticos y ejercita la capacidad de discernimiento está en el ego narcisista.

 
Estos discursos espiritualistas siguen anclados en la metáfora platónica que ve el conocimiento como una “salida de la caverna”; parece que esto se interpreta como que la verdad se alcanza solo a través de un proceso de interiorización progresivo, como si pudiésemos confiar en nuestra interioridad de un modo acrítico; eso sí, siempre y cuando superemos el pensamiento. Evidentemente hay una parte de verdad en esta posición, pero no podemos reducir la espiritualidad a este mensaje.

 

 

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¿UNA REVOLUCIÓN ESPIRITUAL NODUAL? PELIGROS Y PRECISIONES

campanasDesde hace tiempo vengo señalando con preocupación cómo se está difundiendo un discurso que se denomina nodual (que creo habría que denominar pseudonodual) y que en realidad es un discurso espiritualista monista que puede llevar al narcisismo espiritual.

 

No pretendo decir qué tipo de experiencia interior puede tener quien va difundiendo esos discursos pseudonodualistas, pues me parece que juzgar la experiencia personal de alguien es un juicio temerario; la persona no puede ser juzgada, lo que señalo es lo inadecuado de las expresiones utilizadas en estos discursos y las consecuencias, ni éticas ni equilibradas, a las que puede llevar creer cosas que, en resumen, vienen a decir: «solo existe la conciencia», «todo es uno», «el otro no existe», «el mundo es una ilusión», «el yo no existe», «la libertad personal no existe», «la mente no puede captar la verdad», «la religión es siempre dual», «lo que crees, lo creas», «lo que viene, conviene», etc…

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Cristianía: Una Mística Monástica para tod@s (Una Espiritualidad no-dual de la sencillez, el amor y el servicio)

La antigua sabiduría monástica tiene mucho que decir a las mujeres y hombres de hoy. ¿Por qué? Porque el monacato más que una realidad institucional (hoy en día marginal) es una realidad existencial, un arquetipo presente en toda persona. En todo ser humano se da un deseo de unificación o simplificación en torno a un centro, esta búsqueda sería la esencia del arquetipo monástico.

 

Monje es una palabra que proviene del griego y hacer referencia a mónos (Uno). Monje es, por tanto, toda aquella persona que busca la unificación como fin fundamental en su vida. No es necesario que esté en una institución que se denomine monástica, pues lo monástico supera las instituciones, por muy valiosas que éstas puedan ser. No son necesarios tampoco unos compromisos determinados, pues estos pueden ser muy variados (en las diversas culturas encontramos una gran diversidad de modos de vivir el monacato, hay monjes casados y solteros, contemplativos y centrados en la acción, eremitas o cenobitas, separados de la sociedad o en medio de ella…).

 

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LA MODA DE LA NODUALIDAD. ¿NOVEDAD O SÍNTOMA DE ENFERMEDAD ESPIRITUAL?

manos orando
Nos decía hace unos meses el jesuita Xavier Melloni, en un taller de espiritualidad celebrado en Madrid, bajo los auspicios de “Más que silencio”, que ya llevamos unos 15 años en los que se está divulgando entre las personas interesadas por la espiritualidad (yo añadiría que, en especial, entre las más vinculadas con los ambientes progresistas de la Iglesia) la noción de la nodualidad. Noción que parece ser nos anuncia una nueva era de la humanidad.

 

La nodualidad dice el mismo Melloni, en su charla sobre Maharshi, dada en Biblioteca de Navarra el 16 de abril del 2018, no es otra cosa que lo que el cristianismo llama mística. Ahora bien, explicada bajo el discurso del vedanta advaita, una corriente espiritual del hinduismo, cuyo principal representante es Shankara (s. VIII- IX) que explica la mística en términos de nodualidad, es decir, una experiencia en la que no hay separación entre atma (persona) y Braman (absoluto) pero tampoco hay fusión, por eso se describe como nodual.

 

De esta experiencia se deriva la conciencia de que todo es relación, unidad en la pluralidad, sin que ninguno de los dos términos (uno y plural) se puedan unificar ni separar. La Trinidad sería el misterio cristiano que haría alusión a esta experiencia, siendo el equivalente análogo al término hindú: Sat- cit- ananda (Ser, conciencia y gozo).

 

Esta escuela de nodualidad de Shankara da preferencia a un lenguaje monista frente a un lenguaje relacional, por eso, critica el orar a Dios como si él fuera un tú y la persona fuera un yo, y prefiere emplear un lenguaje no relacional (por ejemplo decir “Yo soy” expresaría mejor la nodualidad para esta visión, que decir soy hijo de Dios, pues ahí habría relación). Se trata de recordar y vivir que en lo profundo Dios y tú sois uno y algunos temen que si lo expresas de modo relacional caigas en el dualismo.

 

Ahora bien, el lenguaje monista evidentemente sigue siendo un lenguaje dualista, no un lenguaje nodual (pues falta la referencia a la pluralidad) pero algunos parece que creen que este lenguaje se identifica con la no dualidad (cosa sin sentido pues todos los lenguajes son duales) y creen que el lenguaje relacional es dualista, por eso, desconfían de las expresiones relacionales, pues dicen que la mente las entiende siempre como separación (Enrique Martínez Lozano tiene varias expresiones en este sentido). De este modo se considera que la experiencia espiritual ahora ha de expresarse con ese lenguaje monista, pero eso evidentemente no garantiza que detrás de ese lenguaje haya ninguna experiencia mística. Podemos desestimar el lenguaje relacional de las religiones y adoptar este nuevo lenguaje espiritual monista y nada garantiza que vivamos una experiencia nodual o mística.

 

Las religiones semíticas utilizan un lenguaje relacional y, por ello, algunos de los seguidores de esta nueva nodualidad creen que las religiones son dualistas siempre. De modo que, al final, esta insistencia en adoptar el lenguaje monista sirve en muchos casos para inducir a creer que las religiones de occidente son duales siempre y tienen que ser transcendidas o vividas en esta clave lingüística monista.

 

Una de las cosas menos clarificadas en esta nueva propuesta es diferenciar entre la experiencia no dual ( que se puede expresar de modo religioso o no, monista o relacional) y el modo como se expresa esa experiencia, pues la insistencia en identificar la experiencia solo con el lenguaje monista del vedanta advaita de Shankara, termina confundiendo la experiencia no dual con el lenguaje monista shankariano. Lo cierto es que uno puede cambiar a ese lenguaje y no tener ninguna experiencia nodual detrás.

 

Al final parece que el cambio de paradigma consiste en gran medida, en cambiar el lenguaje relacional por el monista. La consecuencia de eso suele ser sugerir o afirmar que las religiones están llamadas a desaparecer pues son duales. Se genera así una pretensión autoritaria en este discurso que es la que viene a decir que solo este modo monista de concebir la nodualidad es el verdadero o pleno. Pobre de ti si te expresas de modo relacional pues te dirán que al no usar su lenguaje monista no tienes la experiencia.

 

El maestro más popular de esta escuela shankariana en nuestros tiempos ha sido Ramana Maharshi, un verdadero místico que fascinó a muchos occidentales, que comenzaron a divulgar sus enseñanzas por Occidente, creyendo haberlas entendido . Lo característico del método espiritual de Maharshi era preguntarse ¿Quién soy yo? De ahí que ahora los que divulgan la nodualidad monista en Occidente crean que esta es la pregunta esencial a hacerse.

 

Cada mística tiene, sin embargo, su manera de avanzar hacia la nodualidad; en el caso judeocristiano esta pregunta sobre ¿quién soy yo? no tiene mucha importancia, pues lo importante es preguntarse de modo relacional, para evitar el egocentrismo: ¿Cuál es tu voluntad? Por ejemplo. El Occidental buscará conocerse para conocer a Dios y buscará en Dios descubrir quién es él; siempre hay un juego dialógico y relacional, al que la pregunta de Maharshi no se abre.

 

Este discurso, que, en definitiva, termina identificando su manera de concebir la nodualidad con la experiencia nodual, es lo que se nos anuncia como la revolución de nuestro tiempo: La revolución de la no-dualidad (dice Martínez Lozano) o el nuevo paradigma de la no-dualidad (dice Melloni).

 

La nodualidad evidentemente es una experiencia que se pierde en la noche de los tiempos, es la experiencia mística, sin embargo la moda de la nodualidad monista actual insiste en que ella es la novedad de la nuestra época, aunque en realidad la novedad finalmente parece que se reduce a insistir en que la mística se tiene que expresar según los modos del vedanta advaita hindú de tendencia monista, y en hacer creer que las religiones son dualistas siempre.

 

Por lo demás, en esta “nueva” corriente nodualista monista en realidad se detectan las viejas tendencias hegelianas de ciertos movimientos ideológicos de la modernidad. Hegel consideraba el Absoluto no como sustancia ya perfecta, sino como sujeto que se iba completando en el transcurrir de la historia, de ahí que la historia fuera un desarrollo evolutivo de la conciencia, cada vez más perfecta.

 

Esta visión evolucionista radical la encontramos en esta la moda de la nodualidad monista, pues creen que estamos en la nueva fase de la evolución y que esa nueva fase es la fase nodual (se confunde así la nodualidad, que en realidad transciende la evolución, con la mentalidad que estaría naciendo ahora -la que esta moda dice representar- a la que se denomina paradigma nodual o revolución nodual). Evidentemente la evolución expresa una verdad pero no todo se puede reducir a la evolución, hay dimensiones que la superan.

 

Se produce por tanto una caída historicista de la idea de no dualidad, que supera la evolución y la historia, para interpretarla de modo reduccionista como una fase de la evolución o un paradigma histórico; realidades que por definición son duales, por mucho que se autodenominen noduales y pretendan ser la única manera adecuada de expresar la nodualidad.

 

Este reducir una experiencia que transciende (sin separarse de ella) la historia a una mera nueva fase histórica es un sello característico de la enfermedad espiritual que nació en Occidente entre los seguidores de Joaquín de Fiore, que no entendieron a su maestro, y que se ha llamado el joaquinismo. Henri de Lubac ha estudiado bien esta enfermedad espiritual de Occidente y su herencia, en bastantes movimientos modernos. Joaquín de Fiore, monje del siglo XII, hablaba de la llegada de la Edad del Espíritu, su visión no era historicista ni evolucionista, la edad del Espíritu era un concepto arquetípico que superaba cualquier concreción histórica, pero ciertos seguidores se desviaron y lo interpretaron como una etapa histórica concreta en la que la religión debía ser transcendida para vivir una pura experiencia espiritual interior subjetiva. Se convirtieron en un movimiento autoritario que venía a negar el valor de otras visiones que no fueran la suya, como la visión religiosa.

 

 

Desde entonces muchos movimientos vienen identificando el tiempo en el que viven con la Edad del Espíritu y, en ocasiones, combatiendo toda otra expresión espiritual o ideológica que no lo vea como ellos. Esta enfermedad, aunque reclame la libertad espiritual, lleva implícita una tendencia muy autoritaria dentro de sí, pues termina considerando a las otras expresiones espirituales o ideológicas, fases superadas y por ello suprimibles. No favorece el pluralismo, el creer que el otro, en este caso el religioso o el laico racionalista, están en fases menos evolucionadas que tú mismo. Evidentemente hay niveles de conciencia, si bien, en un diálogo hay que abrirse a aprender de todos y debe darse argumentos a lo que uno expresa, por muy alto nivel de conciencia que uno crea tener.

 

Para el filósofo Borghesi, Hegel es la expresión más elaborada del joaquinismo. En la moda de la nodualidad monista se puede rastrear muchos de los temas hegelianos. Uno muy importante es la idea de Hegel de que lo “real es racional”. Esto viene a decir que lo que sucede ocurre porque es necesario que ocurra para seguir evolucionando. Melloni en su charla sobre Maharshi dice que el ateísmo era una etapa necesaria para alcanzar la nueva etapa de madurez espiritual. Parece seguir esta idea de que lo que ocurre en la historia al final es racional y necesario. Enrique Martínez lo dice en varios de sus libros: ”lo que viene, conviene”. Llevada a su extremo esta visión termina justificando cualquier horror en la historia.

 

Otro rasgo hegeliano de esta nueva moda se puede descubrir en su insistencia en que lo mental es siempre dual, pues se basa en la separación de objeto y sujeto. Conciben de modo reduccionista la mente con el modo dialéctico de pensar, basado en la oposición de tesis y antítesis para llegar a una síntesis. La dualidad es la base de ese pensar. Por eso se dice continuamente que la mente no puede conocer la nodualidad. Lo cierto es que la mente no solo funciona en modo dialéctico, también funciona en modo dialogal y relacional, en el que el conocer se da por participación a través del encuentro entre yo y tu, que resultan mutuamente transformados; es así como la mente participa a su modo de la nodualidad. La verdadera nodualidad, como abrazo integral, no podría excluir a la mente como esta moda afirma.

 

En la práctica, esta idea de desconfianza en lo mental se concreta en la insistencia en no juzgar; Melloni lo expresa en conferencias y entrevistas, con el peligro de que este mensaje favorezca el perder la capacidad crítica y la persona pueda ser manipulada. Algunos seguidores de Eckhardt Tolle han señalado que vivieron un estado de abotargamiento mental al pretender vivir en el presente todo el tiempo y no pensar. Si a esto añadimos la afirmación de Enrique Martínez Lozano de que no hay libertad personal solo eres libre si eres uno con la Conciencia Universal, entonces los peligros contra la autonomía de la persona, su racionalidad y su dignidad, los grandes logros de la modernidad sana, uno de cuyos orígenes es el cristianismo, son evidentes.

 

Por otro lado, podemos encontrar el otro rasgo típico del hegelianismo que viene a decir que “lo racional es real”, es decir, que el pensamiento es la realidad. Esta idea está presente en estas corrientes cuando se afirman cosas como que “lo que crees lo creas”. Melloni asentía a esta idea en su conferencia sobre Maharshi. Con esa creencia mágica se puede separar de la realidad a muchas personas, alienándolas.

 

Desde el punto de vista de la espiritualidad el peligro de esta moda sobre todo se situaría en que está haciendo que se confunda la experiencia nodual o mística verdadera y sana, con una pseudonodualidad, que es la que refleja el discurso de estas corrientes.

 

En el fondo el modo como concibe la no-dualidad, este discurso, es monista, o bien, se identifica la parte y el todo (la ola es el mar) o bien se relativiza la autonomía de la parte y sigue dándose primacía al todo (la ola es el mar y no todo el mar). Sigue sustentándose una visión piramidal en la que el Uno, o bien está arriba de la pirámide, o bien fagocita las partes, pues se llega a decir que no existen.

 

La auténtica visión no dual viene a afirmar que Dios es Relación, y que todo es relación, la realidad última es cosmoteándrica y los tres términos son igual y plenamente reales. Abhishiktananda (Henri Lesaux) criticaba la tendencia monista de los seguidores de Shankara. Ni el mundo ni el hombre son una ilusión, ni son simplemente olas del mar, son realidades tanto como el mar. Pues la realidad última no es el mar sino la relación de mar y olas.

 

Dice Melloni que la unicidad de la persona es efímera, negando entonces de facto la realidad de la persona, pues una realidad efímera no es tal realidad. Martínez Lozano afirma que si hay alteridad en la experiencia entonces hay dualidad, La alteridad no es lo mismo que la separación (este es un error de Martínez Lozano) como diría Zubiri, la alteridad es precisamente la condición de la realidad, algo es real si hay alteridad en él, por eso negar la alteridad es una manera de negar la realidad de lo que no es la Unidad. Alteridad no implica en absoluto separación. El otro separado en latín se expresa como alius y no como alter, que es el otro no separado de mi.

 

Por último, señalar a dónde quiere llevar toda esta moda. Tanto Melloni como Martínez Lozano vienen a sugerir que las religiones, tal y como están ahora, van a desaparecer. Una nueva espiritualidad transreligiosa debería ser la propia de este nuevo paradigma. Martínez Lozano lo expresa así en sus escritos. Melloni lo sugiere en sus charlas, más matizadamente que Martínez Lozano, pero dedicándole mucho más espacio a la transespiritualidad que a la interreligiosidad o a la postreligiosidad (laicidad), que son otras posibilidades que él ve de desarrollo del nuevo paradigma nodual.

 

Si esta moda se impone es de esperar que va a ser muy difícil distinguir la verdadera no dualidad o mística de lo que son “pseudonodualidades”. En las charlas que dan tanto Martínez Lozano como Melloni, se mezcla a Santa Teresa, Ibn Arabi, Hakuin, San Juan de la Cruz (místicos auténticos) con los nombres de conocidos neoadvaitas ( Tony Parson, Jeff Foster, Eckhardt Tolle, David Carse o Yolande Durán), corriente declarada como pseudoespiritual por los advaitas tradicionales.

 

Otro rasgo preocupante es la deriva autoritaria que se puede observar en algunos movimientos vinculados a esta moda de la nodualidad.  Conozco algunas Asociaciones para la meditación, que insisten en centrar todo, de manera reduccionista, en meditar y en el Silencio, son manejadas por líderes personalistas y autoritarios, que van dejando personas heridas por el camino. Como toda corriente hegeliana y joaquinita es autoritaria. Al renegar del personalismo y lo relacional, el cuidado y respeto a la persona se deteriora. El otro al fin y al cabo no es más que una efímera ola…

 

Es muy preocupante el descompromiso al que puede llevar una visión nodualista de tendencia monista; en estas visiones se tiende a poner el peso en meditar y estar en silencio y se pone poco énfasis en el amor efectivo, la compasión práctica frente al dolor de los otros, compasión vivida de modo personal, interpersonal y social. Si el otro queda reducido en su alteridad, también se rebaja la empatía y la compasión hacia su dolor, pues deja de ser tan real.

 

Si habéis aguantado el rollo hasta aquí enhorabuena y muchas gracias por la paciencia. Cierro diciendo que la mística o la verdadera nodualidad merecen indudablemente la pena.Os recomiento en ese sentido las enseñanzas de dos maestros españoles: Ana María Schlütter, monja católica y maestra zen y la enseñanza sobre la mística de Juan de Dios Martin Velasco.

Una Nueva Espiritualidad pluralista. Más allá del Nodualismo de Enrique Martínez Lozano y del antiteísmo de Spong y Lenaers.

Hoy en los grupos interesados en la espiritualidad, cercanos a las corrientes progresistas cristianas y postcristianas se habla mucho (se lleva mucho tiempo hablando en realidad) de la necesidad de una renovación, un cambio de paradigma en nuestra manera de vivir la dimensión espiritual.

 
Hay un gran malestar con la rigidez de la religión, malestar muy legítimo y que refleja el estado de enfermedad en que las instituciones religiosas se encuentran. La mística hoy está cada vez más velada en la institución religiosa, demasido ocupada en sostener su poder e influencia.

 
Hay también una disconformidad con las nuevas espiritualidades que la Nueva Era ha ido difundiendo, espiritualidades superficiales, descomprometidas y narcisistas en muchos casos, si bien, tengan también elementos aprovechables y valiosos si se asumen críticamente.

 
Entre las propuestas que están teniendo más éxito encuentro dos corrientes que podríamos sintetizar en la llamada corriente no-dualista y la corriente post- teísta. Como representantes de una y de otra podríamos citar a Enrique Martínez Lozano (últimamente acompañado de Xavier Melloni y Pablo D´ors en menor medida) como representante de la primera y a Roger Lenaers y John Shelby Spong como representantes de la segunda.

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Mística y compromiso como base del nuevo paradigma espiritual

Desde hace tiempo, en los ámbitos cristianos y postcristianos más progresistas se habla mucho de la necesidad de un nuevo paradigma espiritual y cultural. Esta inquietud es compartida por otros grupos de la sociedad interesados y comprometidos con la espiritualidad.
En estos ambientes es común hablar de que ese nuevo paradigma debe estar inspirado en la espiritualidad de la no-dualidad.

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La Experiencia Espiritual, motor de toda transformación auténtica.

La Experiencia Espiritual, decía Thomas Merton,  es lo único que verdaderamente puede cambiar a una persona, a un colectivo, unas estructuras, a una nación e incluso a toda la Humanidad… La clave para el cambio humanizador es, pues, ayudar a los seres humanos a abrirse a esa experiencia… y así unirse a la “danza general” que es la realidad.

Solo desde la “mente” ningún cambio será real. Seguir leyendo «La Experiencia Espiritual, motor de toda transformación auténtica.»