Cristianos frente al coronavirus: más allá de apocalípticos e integrados

En 1964 Umberto Eco escribía el libro “Apocalípticos e integrados” sobre la cultura contemporánea y establecía dos actitudes básicas frente a ella: la de los “apocalípticos”, que la rechazan de un modo u otro, y la de los “integrados”, que tienden a ver solo, o predominantemente, los aspectos positivos de la misma.

Creo que estas dos categorías (sabiendo que son reduccionistas, claro) nos pueden ayudar como instrumentos conceptuales para analizar las actitudes y reflexiones que estos días podemos encontrar frente a la crisis del coronavirus. Estableceré también tres perspectivas desde las que entiendo que se hace el análisis o se ve la realidad:

  • El humanismo (por tal aquí me refiero a la perspectiva que no tiene en cuenta la dimensión religiosa o espiritual).
  • La espiritualidad (es la perspectiva que tiene en cuenta la dimensión espiritual pero más allá de las religiones, bien por considerarse laica o por considerarse esotérica o suprarreligiosa)
  • La religión (la perspectiva que se hace desde la visión, teísta o no, que hace referencia al encuentro con el Misterio, que se manifiesta en una hierofanía, al que se responde con prácticas diversas, instituciones colectivas, una ética y una cosmovisión espiritual determinada).

Una vez analizadas las diversas expresiones actuales de estas perspectivas respecto a la actual situación, intentaré reflexionar sobre cuál es la propuesta y perspectiva cristiana, que creo puede integrar lo mejor de estas propuestas, a la vez que aportar su novedad propia.

Desde el punto de vista de los discursos humanistas actuales podemos encontrar tanto la perspectiva integrada como la apocalíptica. Los humanistas “integrados” parecen entender la actual situación como una crisis puntual que hay que gestionar adecuadamente; no creen que nos plantee un cuestionamiento en profundidad de la sociedad y cultura actual sino un problema  accidental que hemos de superar para regresar a nuestro estilo de vida.

El humanismo “apocalíptico”, sin embargo, anhela que la crisis actual sea un factor de transformación de esta sociedad, si bien, no aborda la necesidad de recuperar la dimensión espiritual como algo esencial en el cambio que plantea.

La espiritualidad “integrada” ve en la actual crisis un paso hacia un nuevo desarrollo que salvará a la actual cultura y sociedad, desarrollo que lleva a una mayor plenitud, al incluir de modo claro la dimensión espiritual de un modo nuevo. Promueve pues discursos que quieren poner el acento en lo positivo de la situación.

La espiritualidad “apocalíptica” no cree salvable la cultura y sociedad actual por su materialismo e injusticia, pone el acento en dejar de buscar mejorar la actual sociedad y centrarse en las prácticas espirituales personales como camino para dar lugar al nacimiento de una nueva (o vieja) cultura ya claramente espiritual después de que esta cultura actual se venga abajo.

La religiosidad “integrada” promueve el acentuar y regresar a las formas actuales y mayoritarias de practicar la religión como fórmula de sanación de la sociedad, la cultura y, en ocasiones, de la propia enfermedad. Hemos asistido en algunos países musulmanes y cristianos a irresponsables procesiones o reuniones religiosas multitudinarias como “remedio” contra la enfermedad.

La religiosidad “apocalíptica” ve en la crisis actual un efecto de la “ira de Dios”, un castigo debido a la corrupción de la sociedad y de las propias religiones. En ocasiones, se buscan chivos expiatorios a los que culpar (homosexuales, ateos, progresistas religiosos, minorías diversas…).

El cristianismo es el camino religioso que nos reveló Jesús, el camino del Amor a Dios, a la naturaleza y a las personas. El Amor cristiano no es una mera emoción, incluye la consciencia de Dios y de la dignidad de los otros, imágenes de Dios, la responsabilidad frente a ellos y la voluntad de contribuir con la oración y la acción al bien de los seres humanos y la creación. La práctica del Amor integral afectivo y efectivo.

Fundamentados en el anhelo de vivir desde ese Amor, el cristianismo puede aprender de los discursos y actitudes anteriores, así como integrarlas, transcendiendo las limitaciones de sus perspectivas.

Con el humanismo “integrado” los cristianos verán esencial la colaboración efectiva y práctica de todos con una gestión eficaz para paliar el sufrimiento que esta crisis ha traído. Ahora bien, frente al humanismo “integrado”, los cristianos van a recordar la necesidad de abordar cambios en nuestra cultura y sociedad, que la humanicen. No estamos simplemente ante un problema de gestión, sino de defensa de la dignidad humana en todas sus dimensiones. La economía o la salud no pueden ser excusa para dañar la dignidad humana anteponiendo la economía a las personas o usando la emergencia sanitaria para justificar prácticas autoritarias. La empatía, la compasión, la solidaridad, la dignidad humana, son también esenciales.

Los cristianos compartirán con el humanismo “apocalíptico” la necesidad de cambiar muchas cosas en nuestra cultura y sociedad y la conciencia de la oportunidad que esta situación puede darnos para ello. Ahora bien, recordará que sin tener en cuenta la dimensión central de la espiritualidad (dimensión que va más allá de lo religioso) los cambios serán superficiales e ineficaces en profundidad. Es pues necesario, además del compromiso con la transformación efectiva de la sociedad, el cultivo de la dimensión espiritual, la oración, la meditación, etc…

Los cristianos comparten con la espiritualidad “integrada” la visión de que es posible encontrar muchos elementos espirituales (a veces no se llaman así) en la cultura actual y que hay que trabajar para potenciarlos, siendo este crisis un reto para ello. El cristianismo quiere contribuir a construir y humanizar en profundidad nuestra cultura y sociedad, aprendiendo también de ella muchas de sus aportaciones espirituales, es decir, no  quiere condenar ni a abandonar la sociedad a su suerte como hacen los tradicionalistas. Ahora bien, también ejerce una función profética que recuerda el sufrimiento real de tantos en nuestra sociedad, así como su materialismo y superficialidad. No hay espiritualidad si no hay compromiso efectivo para evitar la injusticia y el sufrimiento y para ello, el primer paso es no negarlo, como parece hacer cierto discurso “positivista”. La espiritualidad hoy debe estar comprometida con el cambio del modelo social actual (no simplemente con el mantenimiento de lo que hay, pues lo que hay muchas veces está enfermo).

El cristianismo coincide con la espiritualidad “apocalíptica” en la necesidad de abrirse a la Gracia para poder dar una verdadera respuesta humanizadora y espiritual a la crisis. Esto supone rechazar corrientes materialistas que tienen mucho peso en la sociedad. Ahora bien, no cree que solo se puede salir de esta crisis “por arriba”, es necesario “mancharse la manos” y cuidar todo lo positivo de nuestro mundo. Una espiritualidad centrada solo en la práctica espiritual de una élite , que abandona a su suerte a sus hermanos pequeños considerando ya “irrecuperable” su situación, es un espiritualismo individualista afectado por una enfermedad moderna, por mucho que se disfrace de tradicionalismo. Sin ética y compromiso con la sociedad no hay Amor.

Por último, el cristianismo, como religión que es, nos animará a dar valor al camino religioso como hace la religiosidad “integrada”; es verdad, que toca reconocer el enorme valor y profundidad del camino religioso, así como la validez humana y espiritual de sus prácticas. Ahora bien, frente al discurso de una religiosidad centrada en sí misma y en su propia validez, el cristianismo señalará la importancia de cambiar muchas de las actuales rigideces en las instituciones religiosas y que son un escándalo. Además, recordará el carácter de servicio al mundo de las religiones, así como su necesidad de aprender del mundo, como señala el Vaticano II, la necesidad de que sean humildes. Mantener el respeto a la legítima autonomía de los diversos ámbitos sociales y reales es un mensaje evangélico esencial. La ciencia, como la medicina en la actualidad, tiene su espacio muy valioso para abordar la crisis actual y no puede ser “invadido” ese espacio por una religión llena de soberbia.

Por último, el cristianismo comparte con la religiosidad “apocalíptica” su denuncia del pecado y la injusticia que se viven en la sociedad y las religiones actuales también y que “claman al cielo”, pues causa daño a las personas y, por ello, a Dios, que no es un Dios impasible al sufrimiento humano, sino volcado en remediarlo. Ahora bien, frente a esa religiosidad que da una imagen de Dios justiciero, opone el Dios de Jesús, Padre y Madre, amoroso, que siempre está contra el mal y promoviendo el bien y el amor. Ese Dios que está en todos los enfermos alentándoles y en todos los que cuidan de ellos y  se comprometen en mejorar la situación de todos. Un Dios Amor que combate el miedo y la culpa tóxicas, promoviendo la conciencia, la responsabilidad y la solidaridad.

Diferencias entre esoterismo, religión, mística y cristianismo.

cristo y dialogo interreligioso

Hoy es difícil encontrar discursos sobre espiritualidad que diferencien bien el ámbito de lo espiritual del ámbito de lo psicológico (no están separados pero, en ocasiones, se confunden) así como que distingan entre las diversas perspectivas o grados que pueden encontrarse en la vivencia de la espiritualidad.

 
Como explica Edith Stein, la espiritualidad hace referencia a la dimensión humana que es capaz de apertura a una realidad más allá de lo psicológico (mental, emocional o conductual) y lo material; el ámbito en el que se descubren los valores transcendentes que dan sentido a la vida (Martin Velasco). La espiritualidad es la dimensión personal del ser humano (hay que tener en cuenta que muchos confunden la persona con el individuo, por ejemplo, Jung), pues es el lugar de la libertad y la responsabilidad que le lleva a transcenderse más allá de sus necesidades egocéntricas.

 
Ahora bien, esta espiritualidad puede vivirse con diversos grados de profundidad que es bueno conocer y distinguir sin separar.

 

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LA MODA DE LA NODUALIDAD. ¿NOVEDAD O SÍNTOMA DE ENFERMEDAD ESPIRITUAL?

manos orando
Nos decía hace unos meses el jesuita Xavier Melloni, en un taller de espiritualidad celebrado en Madrid, bajo los auspicios de “Más que silencio”, que ya llevamos unos 15 años en los que se está divulgando entre las personas interesadas por la espiritualidad (yo añadiría que, en especial, entre las más vinculadas con los ambientes progresistas de la Iglesia) la noción de la nodualidad. Noción que parece ser nos anuncia una nueva era de la humanidad.

 

La nodualidad dice el mismo Melloni, en su charla sobre Maharshi, dada en Biblioteca de Navarra el 16 de abril del 2018, no es otra cosa que lo que el cristianismo llama mística. Ahora bien, explicada bajo el discurso del vedanta advaita, una corriente espiritual del hinduismo, cuyo principal representante es Shankara (s. VIII- IX) que explica la mística en términos de nodualidad, es decir, una experiencia en la que no hay separación entre atma (persona) y Braman (absoluto) pero tampoco hay fusión, por eso se describe como nodual.

 

De esta experiencia se deriva la conciencia de que todo es relación, unidad en la pluralidad, sin que ninguno de los dos términos (uno y plural) se puedan unificar ni separar. La Trinidad sería el misterio cristiano que haría alusión a esta experiencia, siendo el equivalente análogo al término hindú: Sat- cit- ananda (Ser, conciencia y gozo).

 

Esta escuela de nodualidad de Shankara da preferencia a un lenguaje monista frente a un lenguaje relacional, por eso, critica el orar a Dios como si él fuera un tú y la persona fuera un yo, y prefiere emplear un lenguaje no relacional (por ejemplo decir “Yo soy” expresaría mejor la nodualidad para esta visión, que decir soy hijo de Dios, pues ahí habría relación). Se trata de recordar y vivir que en lo profundo Dios y tú sois uno y algunos temen que si lo expresas de modo relacional caigas en el dualismo.

 

Ahora bien, el lenguaje monista evidentemente sigue siendo un lenguaje dualista, no un lenguaje nodual (pues falta la referencia a la pluralidad) pero algunos parece que creen que este lenguaje se identifica con la no dualidad (cosa sin sentido pues todos los lenguajes son duales) y creen que el lenguaje relacional es dualista, por eso, desconfían de las expresiones relacionales, pues dicen que la mente las entiende siempre como separación (Enrique Martínez Lozano tiene varias expresiones en este sentido). De este modo se considera que la experiencia espiritual ahora ha de expresarse con ese lenguaje monista, pero eso evidentemente no garantiza que detrás de ese lenguaje haya ninguna experiencia mística. Podemos desestimar el lenguaje relacional de las religiones y adoptar este nuevo lenguaje espiritual monista y nada garantiza que vivamos una experiencia nodual o mística.

 

Las religiones semíticas utilizan un lenguaje relacional y, por ello, algunos de los seguidores de esta nueva nodualidad creen que las religiones son dualistas siempre. De modo que, al final, esta insistencia en adoptar el lenguaje monista sirve en muchos casos para inducir a creer que las religiones de occidente son duales siempre y tienen que ser transcendidas o vividas en esta clave lingüística monista.

 

Una de las cosas menos clarificadas en esta nueva propuesta es diferenciar entre la experiencia no dual ( que se puede expresar de modo religioso o no, monista o relacional) y el modo como se expresa esa experiencia, pues la insistencia en identificar la experiencia solo con el lenguaje monista del vedanta advaita de Shankara, termina confundiendo la experiencia no dual con el lenguaje monista shankariano. Lo cierto es que uno puede cambiar a ese lenguaje y no tener ninguna experiencia nodual detrás.

 

Al final parece que el cambio de paradigma consiste en gran medida, en cambiar el lenguaje relacional por el monista. La consecuencia de eso suele ser sugerir o afirmar que las religiones están llamadas a desaparecer pues son duales. Se genera así una pretensión autoritaria en este discurso que es la que viene a decir que solo este modo monista de concebir la nodualidad es el verdadero o pleno. Pobre de ti si te expresas de modo relacional pues te dirán que al no usar su lenguaje monista no tienes la experiencia.

 

El maestro más popular de esta escuela shankariana en nuestros tiempos ha sido Ramana Maharshi, un verdadero místico que fascinó a muchos occidentales, que comenzaron a divulgar sus enseñanzas por Occidente, creyendo haberlas entendido . Lo característico del método espiritual de Maharshi era preguntarse ¿Quién soy yo? De ahí que ahora los que divulgan la nodualidad monista en Occidente crean que esta es la pregunta esencial a hacerse.

 

Cada mística tiene, sin embargo, su manera de avanzar hacia la nodualidad; en el caso judeocristiano esta pregunta sobre ¿quién soy yo? no tiene mucha importancia, pues lo importante es preguntarse de modo relacional, para evitar el egocentrismo: ¿Cuál es tu voluntad? Por ejemplo. El Occidental buscará conocerse para conocer a Dios y buscará en Dios descubrir quién es él; siempre hay un juego dialógico y relacional, al que la pregunta de Maharshi no se abre.

 

Este discurso, que, en definitiva, termina identificando su manera de concebir la nodualidad con la experiencia nodual, es lo que se nos anuncia como la revolución de nuestro tiempo: La revolución de la no-dualidad (dice Martínez Lozano) o el nuevo paradigma de la no-dualidad (dice Melloni).

 

La nodualidad evidentemente es una experiencia que se pierde en la noche de los tiempos, es la experiencia mística, sin embargo la moda de la nodualidad monista actual insiste en que ella es la novedad de la nuestra época, aunque en realidad la novedad finalmente parece que se reduce a insistir en que la mística se tiene que expresar según los modos del vedanta advaita hindú de tendencia monista, y en hacer creer que las religiones son dualistas siempre.

 

Por lo demás, en esta “nueva” corriente nodualista monista en realidad se detectan las viejas tendencias hegelianas de ciertos movimientos ideológicos de la modernidad. Hegel consideraba el Absoluto no como sustancia ya perfecta, sino como sujeto que se iba completando en el transcurrir de la historia, de ahí que la historia fuera un desarrollo evolutivo de la conciencia, cada vez más perfecta.

 

Esta visión evolucionista radical la encontramos en esta la moda de la nodualidad monista, pues creen que estamos en la nueva fase de la evolución y que esa nueva fase es la fase nodual (se confunde así la nodualidad, que en realidad transciende la evolución, con la mentalidad que estaría naciendo ahora -la que esta moda dice representar- a la que se denomina paradigma nodual o revolución nodual). Evidentemente la evolución expresa una verdad pero no todo se puede reducir a la evolución, hay dimensiones que la superan.

 

Se produce por tanto una caída historicista de la idea de no dualidad, que supera la evolución y la historia, para interpretarla de modo reduccionista como una fase de la evolución o un paradigma histórico; realidades que por definición son duales, por mucho que se autodenominen noduales y pretendan ser la única manera adecuada de expresar la nodualidad.

 

Este reducir una experiencia que transciende (sin separarse de ella) la historia a una mera nueva fase histórica es un sello característico de la enfermedad espiritual que nació en Occidente entre los seguidores de Joaquín de Fiore, que no entendieron a su maestro, y que se ha llamado el joaquinismo. Henri de Lubac ha estudiado bien esta enfermedad espiritual de Occidente y su herencia, en bastantes movimientos modernos. Joaquín de Fiore, monje del siglo XII, hablaba de la llegada de la Edad del Espíritu, su visión no era historicista ni evolucionista, la edad del Espíritu era un concepto arquetípico que superaba cualquier concreción histórica, pero ciertos seguidores se desviaron y lo interpretaron como una etapa histórica concreta en la que la religión debía ser transcendida para vivir una pura experiencia espiritual interior subjetiva. Se convirtieron en un movimiento autoritario que venía a negar el valor de otras visiones que no fueran la suya, como la visión religiosa.

 

 

Desde entonces muchos movimientos vienen identificando el tiempo en el que viven con la Edad del Espíritu y, en ocasiones, combatiendo toda otra expresión espiritual o ideológica que no lo vea como ellos. Esta enfermedad, aunque reclame la libertad espiritual, lleva implícita una tendencia muy autoritaria dentro de sí, pues termina considerando a las otras expresiones espirituales o ideológicas, fases superadas y por ello suprimibles. No favorece el pluralismo, el creer que el otro, en este caso el religioso o el laico racionalista, están en fases menos evolucionadas que tú mismo. Evidentemente hay niveles de conciencia, si bien, en un diálogo hay que abrirse a aprender de todos y debe darse argumentos a lo que uno expresa, por muy alto nivel de conciencia que uno crea tener.

 

Para el filósofo Borghesi, Hegel es la expresión más elaborada del joaquinismo. En la moda de la nodualidad monista se puede rastrear muchos de los temas hegelianos. Uno muy importante es la idea de Hegel de que lo “real es racional”. Esto viene a decir que lo que sucede ocurre porque es necesario que ocurra para seguir evolucionando. Melloni en su charla sobre Maharshi dice que el ateísmo era una etapa necesaria para alcanzar la nueva etapa de madurez espiritual. Parece seguir esta idea de que lo que ocurre en la historia al final es racional y necesario. Enrique Martínez lo dice en varios de sus libros: ”lo que viene, conviene”. Llevada a su extremo esta visión termina justificando cualquier horror en la historia.

 

Otro rasgo hegeliano de esta nueva moda se puede descubrir en su insistencia en que lo mental es siempre dual, pues se basa en la separación de objeto y sujeto. Conciben de modo reduccionista la mente con el modo dialéctico de pensar, basado en la oposición de tesis y antítesis para llegar a una síntesis. La dualidad es la base de ese pensar. Por eso se dice continuamente que la mente no puede conocer la nodualidad. Lo cierto es que la mente no solo funciona en modo dialéctico, también funciona en modo dialogal y relacional, en el que el conocer se da por participación a través del encuentro entre yo y tu, que resultan mutuamente transformados; es así como la mente participa a su modo de la nodualidad. La verdadera nodualidad, como abrazo integral, no podría excluir a la mente como esta moda afirma.

 

En la práctica, esta idea de desconfianza en lo mental se concreta en la insistencia en no juzgar; Melloni lo expresa en conferencias y entrevistas, con el peligro de que este mensaje favorezca el perder la capacidad crítica y la persona pueda ser manipulada. Algunos seguidores de Eckhardt Tolle han señalado que vivieron un estado de abotargamiento mental al pretender vivir en el presente todo el tiempo y no pensar. Si a esto añadimos la afirmación de Enrique Martínez Lozano de que no hay libertad personal solo eres libre si eres uno con la Conciencia Universal, entonces los peligros contra la autonomía de la persona, su racionalidad y su dignidad, los grandes logros de la modernidad sana, uno de cuyos orígenes es el cristianismo, son evidentes.

 

Por otro lado, podemos encontrar el otro rasgo típico del hegelianismo que viene a decir que “lo racional es real”, es decir, que el pensamiento es la realidad. Esta idea está presente en estas corrientes cuando se afirman cosas como que “lo que crees lo creas”. Melloni asentía a esta idea en su conferencia sobre Maharshi. Con esa creencia mágica se puede separar de la realidad a muchas personas, alienándolas.

 

Desde el punto de vista de la espiritualidad el peligro de esta moda sobre todo se situaría en que está haciendo que se confunda la experiencia nodual o mística verdadera y sana, con una pseudonodualidad, que es la que refleja el discurso de estas corrientes.

 

En el fondo el modo como concibe la no-dualidad, este discurso, es monista, o bien, se identifica la parte y el todo (la ola es el mar) o bien se relativiza la autonomía de la parte y sigue dándose primacía al todo (la ola es el mar y no todo el mar). Sigue sustentándose una visión piramidal en la que el Uno, o bien está arriba de la pirámide, o bien fagocita las partes, pues se llega a decir que no existen.

 

La auténtica visión no dual viene a afirmar que Dios es Relación, y que todo es relación, la realidad última es cosmoteándrica y los tres términos son igual y plenamente reales. Abhishiktananda (Henri Lesaux) criticaba la tendencia monista de los seguidores de Shankara. Ni el mundo ni el hombre son una ilusión, ni son simplemente olas del mar, son realidades tanto como el mar. Pues la realidad última no es el mar sino la relación de mar y olas.

 

Dice Melloni que la unicidad de la persona es efímera, negando entonces de facto la realidad de la persona, pues una realidad efímera no es tal realidad. Martínez Lozano afirma que si hay alteridad en la experiencia entonces hay dualidad, La alteridad no es lo mismo que la separación (este es un error de Martínez Lozano) como diría Zubiri, la alteridad es precisamente la condición de la realidad, algo es real si hay alteridad en él, por eso negar la alteridad es una manera de negar la realidad de lo que no es la Unidad. Alteridad no implica en absoluto separación. El otro separado en latín se expresa como alius y no como alter, que es el otro no separado de mi.

 

Por último, señalar a dónde quiere llevar toda esta moda. Tanto Melloni como Martínez Lozano vienen a sugerir que las religiones, tal y como están ahora, van a desaparecer. Una nueva espiritualidad transreligiosa debería ser la propia de este nuevo paradigma. Martínez Lozano lo expresa así en sus escritos. Melloni lo sugiere en sus charlas, más matizadamente que Martínez Lozano, pero dedicándole mucho más espacio a la transespiritualidad que a la interreligiosidad o a la postreligiosidad (laicidad), que son otras posibilidades que él ve de desarrollo del nuevo paradigma nodual.

 

Si esta moda se impone es de esperar que va a ser muy difícil distinguir la verdadera no dualidad o mística de lo que son “pseudonodualidades”. En las charlas que dan tanto Martínez Lozano como Melloni, se mezcla a Santa Teresa, Ibn Arabi, Hakuin, San Juan de la Cruz (místicos auténticos) con los nombres de conocidos neoadvaitas ( Tony Parson, Jeff Foster, Eckhardt Tolle, David Carse o Yolande Durán), corriente declarada como pseudoespiritual por los advaitas tradicionales.

 

Otro rasgo preocupante es la deriva autoritaria que se puede observar en algunos movimientos vinculados a esta moda de la nodualidad.  Conozco algunas Asociaciones para la meditación, que insisten en centrar todo, de manera reduccionista, en meditar y en el Silencio, son manejadas por líderes personalistas y autoritarios, que van dejando personas heridas por el camino. Como toda corriente hegeliana y joaquinita es autoritaria. Al renegar del personalismo y lo relacional, el cuidado y respeto a la persona se deteriora. El otro al fin y al cabo no es más que una efímera ola…

 

Es muy preocupante el descompromiso al que puede llevar una visión nodualista de tendencia monista; en estas visiones se tiende a poner el peso en meditar y estar en silencio y se pone poco énfasis en el amor efectivo, la compasión práctica frente al dolor de los otros, compasión vivida de modo personal, interpersonal y social. Si el otro queda reducido en su alteridad, también se rebaja la empatía y la compasión hacia su dolor, pues deja de ser tan real.

 

Si habéis aguantado el rollo hasta aquí enhorabuena y muchas gracias por la paciencia. Cierro diciendo que la mística o la verdadera nodualidad merecen indudablemente la pena.Os recomiento en ese sentido las enseñanzas de dos maestros españoles: Ana María Schlütter, monja católica y maestra zen y la enseñanza sobre la mística de Juan de Dios Martin Velasco.