Sin referencia a la alteridad no podemos conocernos

amor

La conciencia del yo surge simultáneamente a la toma de conciencia de la existencia del otro, hablar de nacimiento del sujeto, supone hablar, a la vez, de descubrir los propios límites y descubrir el Misterio que somos y que es la realidad. Sujeto es el que se sujeta a los límites y, a la vez, el que se pone por debajo de la fantasía narcisista de onmipotencia infantil. El que es humilde es el que se conoce.

 


Creer que podemos conocernos preguntándonos solo «¿Quién soy yo?» sin referencia al contexto relacional (sin referencia al tú o al Otro), es la mejor manera de responder a esta pregunta desde las imágenes mentales que hemos construido y no desde el encuentro con la realidad, que es precisamente el encuentro con el tú, la experiencia de la alteridad (una realidad que me transciende).

 
El verdadero conocimiento propio supone haber descubierto el Misterio de la alteridad, pues es precisamente la alteridad la que, por un lado, pone límites a la fantasía sobre quiénes somos y, por otro, nos abre al Misterio de la realidad.

 
El descubrimiento de la alteridad, su valor y misterio (y la alteridad nos incluye a nosotros pues somos un misterio para nosotros mismos) hace que pongamos el peso en vivir en la realidad, más que vivir en la construcción de imágenes mentales que me definan (autocentramiento).

 
El narcisista es precisamente alguien centrado continuamente en construir su imagen, que confunde con su identidad. El narcisista está centrado en “saber” quien es, pero sin abrirse a la alteridad, pues esto supondría descubrir que esa imagen que se construyó o se va construyendo sucesivamente (a veces, la imagen de vivir más allá del ego, en la nodualidad) es una fantasía egocentrada, muy dolorosa en realidad. El narcisista vive con una profunda herida, al estar desconcectado de sí mismo y de los demás, viviendo solo en las imágenes de la mente- a veces imágenes muy sofisticadas y que supuestamente han transcendido la mente, pero que no se abren a la realidad- alteridad- .

 
Sin salir de la identificación con las imágenes mentales que construimos, o nos han construido otros y hemos asumido, mediante el encuentro con la alteridad, con la realidad que me hace tomar conciencia de mis límites y del Misterio de lo real, nuestro supuesto conocimiento de nosotros es un puro narcisismo.

 
La tradición judeocristiana (pero no solo ella) pone mucho énfasis en que busquemos el conocimiento de nosotros mismos de un modo relacional, mediante el encuentro con el Otro, con la alteridad, con la realidad más allá de las imágenes subjetivas. Y que este conocimiento no sea algo meramente conceptual o teórico, sino existencial; de ahí, que suponga una respuesta práxica y ética, comprometida a esa realidad del otro que, a la vez que nos transciende, nos fundamenta. El amor es el verdadero conocimiento y el amor tiene una dimensión afectiva y otra efectiva. Sin estas dos dimensiones no hay verdadero conocimiento existencial.

 
De ahí que la pregunta “¿Quién soy yo?” sea por sí misma insuficiente, si no hay referencia a algo que me transciende, si no hay referencia al Otro. El otro, que no es una cosa ni un Ser todopoderoso que me invade y aliena, sino un rostro como el mío (también vulnerable) en el que nos descubrimos como necesitados de cuidado mutuo e íntimamente relacionados.

 
Precisamente la palabra interior, interioridad o intimidad, que parecen referirse a lo más personal, están construidas sobre la partícula latina “inter”, es decir, “entre”. Lo más personal es relacional, lo más profundo es, a la vez, comunión con la alteridad. Por eso, sin abrirnos a la experiencia de la alteridad no podemos llegar a nuestra profundidad.

 
Los profetas bíblicos expresan esta necesidad de la alteridad, para conocernos más allá de las imágenes, de diversos modos: Por ejemplo,  con la pregunta “¿Cuál es tu Voluntad?” para señalar la importancia de conocer existencialmente (de modo práxico y comprometido), más que vivir centrados en la búsqueda de saber quién soy yo, construyendo una imagen que me dé identidad.  O a través de la expresión “Heme aquí” (hinnení) que es otro modo que tienen los profetas de expresar la conciencia de su identidad, pues es una toma de conciencia del propio yo, siempre en relación a un tú, con el cual están interrelacionados y al que responden. Jesús se conoce a sí mismo siempre de un modo relacional, su identidad es siempre en relación con un Tú, el Padre, con el que forma una unidad trinitaria o nodual ,no una uniformidad monista.

 
Cuando en la tradición judeocristiana se habla de la necesidad de conocernos a nosotros mismos, es sobre todo, para vivir en la realidad y ésta es entendida como abrirme a una alteridad que me transciende y que también yo soy para mí mismo (soy un misterio).

 
San Agustín, por ejemplo, decía “que me conozca y te conoceré”. En su expresión se señalan dos términos en ese proceso de autoconocerse, Yo y el Otro, la alteridad que me saca de mi identificación con la imagen egocentrada. Creer que esa frase es una manera de reducir el conocimiento de Dios al conocimiento de mí mismo sería desconocer la experiencia de San Agustín. Me “conozco” para salir de mi mismo al encuentro con la alteridad que me transciende y, a la vez, al conocer esa alteridad me conozco a mi mismo.

 
Quizá haya sido Santa Teresa quien mejor lo expresó en su poesía:

 
“Alma, buscarte has en mí y buscarme has en ti”.

 
Sin la referencia al Otro que me transciende no puedo conocerme y sin el autoconocimiento humilde de mis límites (y el Misterio u Otro que soy para mí mismo) no puedo conocer la Realidad- alteridad.

 
Abrirse de verdad a la alteridad (único modo de conocerme sin identificarme con conceptos mentales desconectados de mi verdadera realidad personal) supone no solo un mero conocimiento intelectual sino un compromiso ético con el Otro, una respuesta de cuidado y amor. Creer que podemos conocernos, sin abrirnos a la alteridad- algunos hasta creen que esta alteridad no existe- y sin cuidar éticamente de los demás (y de nosotros mismos, pues también somos un Misterio) es una de las formas de vivir en el narcisismo psicológico o espiritual, pues el narcisista no es capaz de concebir el compromiso ético sin sospechar una actitud siempre de perfeccionismo o interés oculto.

 

 

Cuidado, pues, con los discursos espirituales que solo animan a conocerse a sí mismo sin abrirse a la alteridad o reduciendo la alteridad a algo meramente conceptual o mental.

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